Francisco Albanese

En primera instancia, la afirmación “eres quien eres” puede parecer infantil y algo redundante, es decir, ¿qué es eso de “eres quien eres”, cómo podría ser si no? Sin embargo, la importancia de esta afirmación radica en su significado, el cual hace que el ser humano se plantee frente al mundo a partir de sí mismo, no desde la otredad. Ahora, cuál es la relevancia de esto en una realidad como la nuestra, es la pregunta lógica que puede desprenderse en un país (y continente) donde se está constantemente en la búsqueda de una identidad que defina lo que somos. “Somos todos americanos” puede ser exacto, pero bastante poco específico: basta imaginar un hipotético aterrizaje extraterrestre donde un ser humano y una gallina se definan como “terrícolas” para comprender que la categoría “terrícola” es exacta, pero no específica, ya que termina igualando al ser humano y a la gallina por sus lugares de procedencia. Como identidad podría comprenderse a la unidad mínima diferenciadora entre los seres humanos que comparten un conjunto de características biológicas, psíquicas y culturales. Así, distintas familias, aunque tengan costumbres, códigos y ritos en particular como ocurre en cada familia, podrán compartir la misma identidad.

El liberalismo progresista no admitirá más divisiones que la de nacionalidad vista desde su óptica, es decir, de una nacionalidad definida a partir de la asociación a un estado y a un territorio. Toda identidad que reivindique su pertenencia a algo más profundo que lo anterior será atacada a menos, claro, que su reivindicación pueda formar parte de la agenda de la Izquierda, que es estar en contra de todo lo que pueda presentar una imagen de fortaleza y hegemonía (e.g., Occidente, el patriarcado, el capitalismo, etc.). Así, algunas reivindicaciones explícitas –i.e., por los pueblos indígenas americanos, el Tíbet, Black Lives Matter, etc.– gozarán de cierta impunidad ya que forman parte de una cultura más débil o minoritaria o bajo opresión y porque su reivindicación no será interpretada por la Izquierda como racismo ni será interpretada por la Derecha neoconservadora como un peligro para el status quo.

Desde un punto de vista del identitarismo, o desde una mirada con filtro identitario, como si de un efecto visual de algún software de edición de imágenes se tratara, no puede existir tal cosa como la “identidad chilena”. Para el identitarismo y su etnodiferencialismo explícito, la identidad corresponde a un

conjunto de características adaptativas bio-psico-culturales que integran al ser humano y lo vinculan a sus semejantes. La Identidad es expresión de la Naturaleza al interior del ser de cada persona. Ella surge como efecto de la constante interacción entre comunidad humana (Sangre, herencia genética) y entorno (Suelo) a lo largo de su devenir vital. (Ver más)

Por tanto, Chile, como nación liberal basada en una idea y un territorio, no podría ser defendido desde el identitarismo más que como una mera herramienta, un medio (por ejemplo, que se apoyen instancias a favor de su soberanía, porque ésta sirve de efecto paraguas frente a amenazas como la pérdida de territorio habitable o con algún vínculo histórico, el acceso a los recursos o el reemplazo demográfico con pueblos agresivos), pero jamás como un fin. La ausencia de una definición clara en sus fronteras étnicas (características bio-psico-culturales) es la razón de que, en Chile, no pueda hablarse de una identidad pues ésta no está presente: la “chilenidad” es altamente permeable ya que se manifiesta como un ropaje cultural que puede ser vestido por cualquier persona; en el mejor de los casos, pues hoy en día se limita a un mero asunto de documentación.

Lo que la Constitución comprende como chileno carece de la facultad de exclusión en un sentido étnico, pues se plantea como algo universal basado en el derecho de Suelo; así, chileno puede ser cualquier persona de cualquier raza, etnia o credo, mientras nazca dentro del territorio. Hablar de identidad chilena, entonces, desde el identitarismo sería una contradicción, puesto que Chile es un conjunto de pueblos aglutinados bajo un Estado que los rige dentro de un territorio delimitado por fronteras políticas: si puede decirse que una nación es multicultural, es porque dicha nación no es en realidad una nación.

En Chile pueden distinguirse una minoría compuesta por diversos pueblos originarios, un elemento mayoritario de masas mixtas (compuesto por genes europeos y genes indígenas, donde las personas portan elementos de ambos pueblos pero no pueden clasificarse ni como lo uno, ni como lo otro), una minoría eurodescendiente criolla y, aumentando su población durante las últimas décadas aprovechando los múltiples beneficios otorgados por el Estado, una población afrodescendiente proveniente en su mayoría de países de Centroamérica.

Para el caso del identitarismo criollo, éste

comprende un doble aspecto: uno objetivo, relativo a la cercanía fenotípica, y por ende genotípica, con los flujos migratorios europeos llegados a América; y otro subjetivo, referido al apego y al sentido de pertenencia con el legado cultural europeo en el continente americano. (Ver más)

El etnocentrismo del identitarismo criollo ha estado, y seguirá estando, muchas veces en pugna con el Estado de Chile, porque los intereses de ambos en ciertas materias son definitivamente contrarios. Por esta razón, el identitarismo criollo, tarde o temprano, terminará chocando con todo nacionalismo chileno, porque mientras uno lucha por la supervivencia y desarrollo de la identidad criolla, el otro lucha por la supervivencia del país como una unidad que comprende a todos los pueblos, pero sin permitir que ninguno de ellos siga algún destino en particular, es decir, se permitirá la existencia de un pueblo siempre y cuando esté subyugado a los intereses del Estado.

Un error en los intentos de nacionalismo populista chileno liberal –como si pudiera existir un nacionalismo chileno que no sea liberal, toda vez que la sola idea de identidad chilena se basa en una construcción social donde diversos pueblos conviven en el mismo espacio, dominados por una cultura más fuerte que monopoliza el aporte cultural por sobre las demás más débiles– ha sido verse a sí mismo como una negación: el chileno ya no es el chileno (lo que quiera que ello signifique), sino que el chileno es todo aquél que no es “extranjero”.

El gran problema de buscar definir una identidad a partir de la negación y el contraste con la otredad, es que la otredad, es decir, lo extranjero, puede ir evolucionando con el tiempo puesto que las barreras de exclusión no están definidas dentro del marco liberal en el que está encuadrada la nacionalidad chilena. Mientras que el identitarismo criollo tiene bien trazada la línea de la pertenencia (se es o no se es criollo), el nacionalismo chileno no tiene una línea trazada con certeza, puesto que su unidad mínima, el chileno, es difícil de ser definida con exactitud.

El nacionalismo chileno no puede definirse con la afirmación “eres quien eres” pues lo chileno no puede ser definido de forma exacta, sino más bien podría tratarse de una generalización donde la historia y la cultura podrían ser elementos que ayuden a acercarse a lo que es en realidad un chileno. Algunos teoristas han situado al chileno étnicamente auténtico dentro de la mayoría mixta, lo que dejaría a los pueblos originarios y a la minoría criolla fuera de la idea de lo verdaderamente chileno.

Esta poca claridad a la hora de establecer qué es en realidad un chileno conlleva a pensar del chileno como un ser que “es lo que otros no son”: si alguien posee documentos que acreditan que posee una nacionalidad no chilena, entonces tal individuo no es chileno, lo que no quiere decir que si dicho individuo posee luego documentos que digan lo contrario esté impedido para serlo. Así de delgada es la línea de la pertenencia cuando no hay una definición del ser que proviene desde la pertenencia étnica del individuo.

Al enfrentarse al mundo, partir desde la negación provoca que el individuo se sienta en desventaja respecto de otros individuos cuyas líneas históricas se clavan en un pasado remoto. Para el caso de Chile, hay un lavado sistemático de la historia y cultura que hace repetir a la gente que o no tiene un origen, o que es una mezcla de toda la humanidad, como si el país fuera una especie de cloaca genética donde están todas las identidades presentes simultáneamente en las personas, lo que provoca que nadie porte una verdadera identidad, sino más bien que se trate de una gran negación del ser.

La diferencia conceptual entre “eres quien eres” y “eres lo que otros no son” no sólo traza la línea entre el principio que mueve al identitarismo y el principio que mueve al nacionalismo moderno, sino entre lo que mueve al ser humano a sentirse parte de X porque pertenece a X, o a sentirse parte de X porque no pertenece a A, B, C, D, E, F, G, H