Cuando uno echa levadura (Saccharomyces cerevisiae) en un recipiente con agua tibia y azúcar, la levadura, como organismo quimioheterótrofo, emplea fuentes de energía química para sus procesos; en este caso, este hongo unicelular obtiene su energía a partir del azúcar. Durante el proceso de fermentación alcohólica, la levadura toma carbono del medio en el que está inmersa (agua tibia con azúcar) y produce alcohol a la vez que libera dióxido de carbono. Este proceso continúa mientras las condiciones son favorables hasta que, finalmente, cuando el alcohol domina la solución donde se encuentra inmersa la levadura, este hongo muere cocido por el mismo alcohol que produjo. Un suicidio accidental debido a su propio crecimiento, casi como un proceso espontáneo de recuperación del equilibrio.
De forma semejante al caso de la multiplicación de Saccharomyces cerevisiae, hoy en día el liberalismo está llegando a un punto donde se ha vuelto peligroso no sólo para los pueblos que se rigen por él, sino, además, para sí mismo, y puede observarse cómo Europa Occidental está cambiando a pasos agigantados como se conocía hasta hace algunos años, avanzando en línea recta hacia su intoxicación y posterior muerte si es que no toma medidas en el corto plazo. Y corto plazo significa medidas realmente en el corto plazo, no en la próxima generación, cuando europeo sirva sólo para designar al montón de pueblos de todo el mundo que estarán viviendo en Europa.
Si el liberalismo quiere salvarse a sí mismo, entonces debe detener su proceso liberalizador universal, y usar las mismas técnicas iliberales y anti-liberales de las que se vale para atacar a sus enemigos. Básicamente, el liberalismo predica tolerancia universal y no discrimina, aunque se toma la facultad de volcar su intolerancia y discriminación hacia aquéllos que son intolerantes y discriminadores. Esto es justificado por algunos apuntando a que, en esencia, las ideologías intolerantes son incompatibles con el liberalismo, por lo que deben ser censuradas y proscritas, mientras que otros, los denominados “liberales clásicos”, no miran con buenos ojos la existencia de grupos que profesen estas ideas, pero permiten su proliferación ya que la libertad de pensamiento es un derecho que filosóficamente no debe ser cuestionado. Lo complicado para el liberalismo, y lo que terminará por causarle una intoxicación, es que esta censura del liberalismo moderno, es decir, progresista, es aplicada deliberadamente cuando el elemento intolerante es representante de algún grupo que sea considerado hegemónico, poderoso o representante de fuerza, en otras palabras, cuando el elemento intolerante es europeo. Por tanto, si el elemento intolerante es no-euopeo (sea magrebí, árabe, africano, latin-king, etc.), hay cierta predisposición a justificar primero su condición de cultura única y distinta, y luego visibilizar su intolerancia, la que puede ser manifestada ideológicamente, o a través de la violencia física, según el caso.
Lo anterior exageración, y basta ver las reacciones y grave preocupación de los medios de comunicación masiva y de la clase política en Europa frente a cualquier cosa que huela a auge o resurrección de alguna corriente de tipo nazifascista (es decir, toda idea que no sea mente-abierta, frontera-abierta, pro-inmigratoria, incluso aunque no tenga nada que ver con fascismo o nacionalsocialismo), para lo cual se considera como válido movilizar recursos hasta proscribir finalmente toda efervescencia de la “ultraderecha”, ya sea utilizando las leyes, o valiéndose de la guerra cultural y manipulación del lenguaje, donde, aun cuando la ley no se pronuncie, son las masas las que, motivadas por la protección de la justicia social, terminarán excluyendo a las ideas que parezcan ser intolerantes y discriminatorias — parte de ideologías de odio.
Por otro lado, abiertas y desvergonzadas manifestaciones de odio e intolerancia hacia la libertad (o libertinaje, por qué no) de otros pueden ser aceptadas cuando el que se dedica a esparcir el odio y la intolerancia no es sanguíneamente europeo. Esta última característica es importante mencionar ya que, en un plano igualitario, perfectamente igualitario, todo individuo nacido en Europa sería europeo, por lo que toda persona debería ser tratada igual que cualquiera. Sin embargo, existe una clara discriminación donde los europeos nativos sacan la peor parte, aun cuando hay muchos individuos –alentados por los medios de comunicación– lavados de cerebro que repiten incesantemente términos que buscan pulverizar y relativizar las fronteras de la identidad (germano-iraní, franco-tunecino, franco-marroquí, franco-argelino, ítalo-senegalés, “habemos franceses de muchos orígenes”), mezclando ideas que no tienen conexión, para luego falsear el lenguaje y provocar el triunfo del gran borrón igualitario: no es lo mismo decir “argelino nacido en Francia” que “francés de origen argelino” o, como está de moda, “franco-argelino”. Mientras que en el primer caso se hace un reconocimiento de su nación (sangre) y del lugar físico del nacimiento del individuo, en el segundo caso ya se le adscribe una nacionalidad que no le pertenece, y luego se menciona la raíz de donde proviene el individuo. Finalmente, en el tercer caso ya se puede interpretar sencillamente como una binacionalidad.
El liberalismo promueve la apertura al diálogo, algo que no ha sido ajeno a la mentalidad europea, exceptuando, quizás, ciertas épocas en que Europa estaba sumida en un oscurantismo monoteísta y excluyente. De todas maneras, este caldo de cultivo igualitario puede no ser tan peligroso siempre y cuando se mantenga étnicamente homogéneo. Si esto cambia, las reglas del juego también deben cambiar. Hoy por hoy, su consumo de igualdad ha propiciado la entrada de elementos que les interesa bastante poco la libertad, la tolerancia y la apertura de mente, y el futuro de Europa no se ve muy distinto al de unas levaduras que mueren intoxicadas en el mismo alcohol que produjeron. Si el liberalismo quiere salvarse a sí mismo, tendrá que volcar la cuota de iliberalismo que tenía reservada para sus semejantes intolerantes (sus odiosos locales) hacia los externos, sean intolerantes o no. Quizás esto sea una actitud de un mal liberalismo europeo, pero sino se termina con el exceso de bondad, esta racha terminará acabando con el liberalismo europeo. O, más severamente aún, con la idea de lo europeo.