Aarón Garrido & Francisco JavGzo
En tanto son elaboradas por seres humanos, pensantes, conscientes y, por tanto, permeables al entorno, podría esperarse las constituciones políticas de los estados no fueran insumos asépticos de las sociedades ni, tampoco, construcciones indiferentes al momento histórico en el que son fraguadas.
Algunos libertarios y liberales antagonistas al régimen militar (para descartar posibles simpatías sentimentales poco imparciales con el espíritu de la ley que subyace a la Constitución de 1980) como Benjamín Ugalde, de Horizontal (con quien hemos disentido más de alguna vez), y don Claudio Palavecino), han expuesto sus aprehensiones respecto a la forma y el fondo del proceso que envuelve la génesis de una posible nueva constitución. De la Derecha más afín al Régimen Militar/Cívico-Militar/Dictadura, etc., puede esperarse una férrea defensa sentimental del texto anterior.
Ya en “De Identidad, Realidad Y Plebiscito” habíamos expuesto acerca a las fuerzas políticas detrás del proceso del Plebiscito 2020, donde hicimos mención sobre la nula simpatía de ambos bandos por el identitarismo, pero que uno de éstos representaba una amenaza menor.
Desde una visión utilitarista, la opción del Rechazo es la que se traduce en lo menos malo para el identitarismo; esto no porque la CPR actual sea precisamente amigable con el identitarismo o que logre abrazar alguno de los principios que podríamos defender, sino porque es opuesta a engendrar un ‘nuevo pacto social’. A priori, un pacto social no tiene por qué ser intrínsecamente perverso, no obstante, tampoco tiene por qué ser imparcial ni estar apartado del Zeitgeist—el que es cada vez más antagónico al identitarismo criollo.
No sería del todo exagerado pensar en la posibilidad que el nuevo pacto social busque proscribir, declarándolo inconstitucional, al identitarismo criollo. Por supuesto que esta medida no mencionaría explícitamente al identitarismo, pero podría, sin embargo, ser abordado y comprendido como una forma de supremacismo cuya existencia pudiera atentar contra la dignidad y/o seguridad de los grupos ‘oprimidos’ o menos privilegiados.
El Zeitgeist representa al espíritu de la época, y como tal tiene a lugar en el proceso histórico de un pueblo (pese a que podemos disentir sobre la idea que Chile sea un pueblo). Efectivamente, y debido a las variables que pueden entrar en juego en su conformación, el Zeitgeist puede ser volátil a la hora de ser identificado. No obstante, las fuerzas culturales hegemónicas deberían pesar más en el levantamiento del Zeitgeist que las no hegemónicas, y no sería extraño que dichas fuerzas impregnen las creaciones fruto de un período de tiempo.
Sin ir más lejos, y hablando de la Constitución: los dos primeros incisos del Art. 8 del texto original de la Constitución Política de la República de Chile (1980), decían:
Todo acto de persona o grupo destinado a propagar doctrinas que atenten contra la familia, propugnen la violencia o una concepción de la sociedad, del Estado o del orden jurídico, de carácter totalitario o fundada en la lucha de clases, es ilícito y contrario al ordenamiento institucional de la República.
Las organizaciones y los movimientos o partidos políticos que por sus fines o por la actividad de sus adherentes tiendan a esos objetivos, son inconstitucionales.
Como puede apreciarse, primeramente se considera ilícita a las doctrinas basadas en la lucha de clases, y luego a las organizaciones y movimientos que profesen las ideas anteriormente mencionadas. De esta manera, se proscribió al Partido Comunista de Chile, ya que el marxismo otorgaba a la lucha de clases un “carácter dialéctico, metafísico, total, absoluto, inconciliable, omnicomprensivo, superior a cualquier contenido o atributo común a las partes en lucha”, como señalaría Ibáñez (1973).
¿Cuál sería el impedimento, entonces, para que las fuerzas culturales actuales no busquen impulsar la proscripción de lo que consideren como reivindicativo de la opresión de los grupos menos privilegiados? La destrucción de estatuas y el levantamiento visibilización de mitos e hitos históricos que se encontraban anteriormente eclipsados por la hegemonía cultural es tan sólo la manifestación radical y concreta de las fuerzas culturales fraguadas por la Izquierda, donde la Derecha ha jugado el rol de cómplice por omisión, pues no sólo no ha hecho gran cosa para detener lo tangible (i.e., la destrucción de los bienes públicos y privados), sino que incluso ha profesado y repetido la parte medular del discurso de Izquierda, enfocándose tan sólo en el eje económico y la mantención del poder, muriéndose de hambre intelectual y culturalmente.
La inconstitucionalidad del identitarismo sería nefasta. Sin embargo, el Zeitgeist actualmente surgiendo no es uno precisamente enemigo de la identidad, sino específicamente enemigo de la identidad europea. El discurso que se está posicionando llama a “todos los pueblos”, única y exclusivamente si estos pueblos son sinónimo de poblaciones originarias o grupos migrantes de países del Tercer Mundo. En efecto, durante toda la movilización social, símbolos de identidad de los pueblos originarios han sido desplegados libremente, mientras aquéllos que pueden considerarse como importados son vandalizados, destruidos y reemplazados, en una iconoclasia revolucionaria con ansias de reivindicación de las identidades ‘oprimidas’, pero que es alimentada e instrumentalizada por una Izquierda moderna, posmarxista, posicionadora de la biopolítica de la multitud, y que poco y ningún interés genuino tiene en la supervivencia de los pueblos, más que emplearlos como categorías de conflicto para la transformación de una sociedad ya flagelada por la entropía.
Bibliografía.
Ibáñez, J. 1973. El Marxismo, visión crítica.