Francisco JavGzo & Aarón Garrido
El Plebiscito Nacional 2020, esa solución parche propuesta casi un mes más tarde de empezadas las movilizaciones sociales en Chile, está a la vuelta de la esquina y genera cuestionamientos y aprehensiones respecto del presente y futuro tanto de la realidad criolla (como grupo étnico no autoconsciente) como del activismo metapolítico criollo (autoconsciente). Este plebiscito no fue pedido por el criollismo y, sin embargo, arrastra a la gente al proceso tan sólo por habitar en el territorio y porque los intereses como individuos o familia sí podrían verse afectados. El posicionamiento inicial de la corrientes ideológicas del identitarismo parten justamente de cierto nihilismo respecto de lo político en las sociedades latinoamericanas, puesto que éstas no cuentan con la uniformidad y homogeneidad étnica necesaria para hacer posible una opción política identitaria, esto es, buscar la obtención del poder para la implementación de medidas que permitan un sano desarrollo de los intereses étnico-genéticos.
El panorama chileno es bastante desalentador y hostil para el identitarismo. Revisando el espectro político mainstream podremos distinguir que, dentro de las dos grandes corrientes políticas existentes, i.e., derecha e izquierda, no hay ninguna que pueda considerarse partidaria del identitarismo. Estas corrientes actualmente se manifiestan en lo político en la dicotomía Rechazo y Apruebo, donde el Rechazo está altamente relacionado con la Derecha, y el Apruebo está relacionado con la Izquierda. Eso es términos simples.
Mientras que la derecha afín al libre mercado, conservación de valores, institucionalidad, orden, etc., podría estar cercana al nacionalismo cívico, todo lo que cuestione su idea (mítica o histórica) de unidad se vuelve un enemigo, un deconstructor. El mito de Chile que defiende la Derecha es el de un país conformado por masas mezcladas y que hoy son indiferenciadas, ya que todas serían mixtas, sin importar cuánto aporte tengan de cada grupo étnico. Al apostar por este unitarismo cultural, no existe un reconocimiento a la diferencia, por lo que se considera a los pueblos originarios como mestizos ávidos de recursos estatales, reduciendo todo afán de reivindicación identitaria indígena como un mero asunto de intereses económicos. No es de extrañar, entonces, que sus políticas sobre asuntos indígenas tiendan al estrepitoso fracaso. Dicho de una manera simplista, para la Derecha chilena lo étnico no existe. El Rechazo rechaza también, junto a la idea de una nueva constitución, la idea de cuestionar el estado unitario o el cómo se ha estado llevando el país hasta el momento.
La Izquierda chilena actual, que hace rato dejó el militarismo de lado, opta por la lucha de categorías, donde opresores y oprimidos se ven enfrentados, y donde finalmente tendría que triunfar el bando de los oprimidos (si bien nadie sabría que categoría pasará a ser la oprimida en ese momento). Debido al cambio en la metodología posterior a su derrota en 1973 y luego del período de resistencia armada durante los 70s y 80s, la Izquierda ha optado por la instrumentalización de la subversión de las categorías contra lo hegemónico. De esta manera, lo originario —y, más concretamente, lo mapuche— ha sido captado (o, mejor dicho, apropiado) por la Izquierda como un pilar a posicionar ya sea en el discurso como en acciones concretas.
En cuanto a otorgar un sentido a su despliegue ideológico, la Izquierda ha creado un verdadero dispositivo, en términos foucaultianos, con elementos de lo dicho como de lo no-dicho, a diferencia de la Derecha que, al carecer de un relato y sólo experimentar una anorexia cultural, se ha dedicado a reaccionar frente a las proposiciones y avances de la Izquierda, reduciendo su eje de acción a mantener al mercado lo más lejos de las pretensiones de la Izquierda, mirando sin hacer gran cosa mientras ésta última avanza en los planos no económicos. Éste es un error garrafal y que algunos autores advirtieron hace años; sin embargo, al estar la Derecha manejada por representantes cortoplacistas, afines al crony capitalism y con desinterés por lo cultural, no es de extrañar que este componente fuera llenado con discursos de una Izquierda intelectualmente superior, pues ha sabido utilizar mejor sus recursos limitados.
Mientras la Derecha considera a todo identitarismo un problema y una amenaza menor, algo indeseable, la Izquierda es especialmente antagónica a lo hegemónico, apoyando y posicionando discursos contra lo europeo, contra la Colonia, a favor de la destrucción del legado de personajes claves en la conquista del Nuevo Mundo, y ya no sólo de una reinterpretación de la Historia, sino de una radical reescritura de la misma. No es que se quemen iglesias porque la religión sea el opio del pueblo, se queman para triunfar sobre y borrar los símbolos de los conquistadores, pues no se han quemado otros lugares votivos. La cantidad de creyentes en el país va en disminución, y aún así las iglesias han sido blanco de ataques.
El Plebiscito resulta incómodo para el identitarismo. Pareciera que las opciones se reducen a mantener una constitución que otorga más garantías a la propiedad privada (y, con ello, al bienestar económico y a la estabilidad económica del país) pero que no reconoce la condición plurinacional del territorio, o a correr el riesgo de engendrar el circo popular que las masas creen necesario para la redacción de la carta fundamental del, ahora sí, país que despertó de su letargo y que, de paso, dejarían a Chile al nivel de democracias como Suecia, epítome de las aspiraciones de la Izquierda chilena.
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