En este breve artículo presento mis reflexiones sobre nuestra era posmoderna, post-liberal, y –yo diría– postnacionalista.
Tal vez el primer paso sea describir lo que quiero decir con “postnacionalismo”.
Los defensores de nuestra era postmoderna, post-liberal y globalizada hablan regularmente del fin de la política clásica, de los estados, las sociedades y las naciones.
Debido al adoctrinamiento izquierdista de los medios de comunicación y los sistemas educativos en los países occidentales, las sociedades occidentales ahora piensan de manera diferente sobre asuntos relacionados con la igualdad humana, el internacionalismo y el globalismo. Los ideólogos izquierdistas suelen enfatizar que necesitamos entender que estamos viviendo en una era postnacionalista, y que el multiculturalismo y el estado de bienestar han cambiado lo que una vez, hace cientos de años, llamamos “nación”. Y tengo que admitir que creo que tienen razón en algún sentido.
Las ideas idealistas sobre las naciones que los nacionalistas quieren mantener ya han fracasado. En Europa Occidental es fácil darse cuenta –con sólo mirar la inmigración masiva y la «crisis migratoria» en curso– que lamentablemente ha cambiado la estructura de la sociedad en gran medida. En Europa central la situación es diferente porque –irónicamente–los niveles de vida occidentales nos han salvado de la inmigración masiva por ahora, y nuestras sociedades han permanecido más conservadoras en cierto sentido – sin embargo, el liberalismo y el capitalismo también están arraigados aquí, y la sociedad de consumo es un problema incluso aquí.
Pero esto no es como las “fuerzas gloriosas” del nacionalismo fracasaron en contra de las “fuerzas oscuras” del liberalismo y del globalismo. Las raíces del problema van más allá. La idea del nacionalismo estaba condenada desde el principio, porque el nacionalismo democrático, los estados-nación, y las inherentes animosidades subyacentes al “nacionalismo mezquino” fueron la primera fuerza destructiva contra las antiguas y tradicionales sociedades europeas y el orden político. Estas ideas fueron las que destruyeron la diversidad de Europa –que en un tiempo era real y orgánica– y crearon un odio continuo entre los grupos étnicos europeos. Por supuesto, el liberalismo también lo hace, pero en el siglo XIX el liberalismo y el nacionalismo estaban conectados y sin oposición entre sí.
Los contrarrevolucionarios Joseph de Maistre y Klemens von Metternich lo sabían. Y por muy extraño que sea, algunos intelectuales liberales reconocen hoy en día la misma verdad que los monárquicos de hace cientos de años reconocieron: que las pequeñas comunidades y organizaciones –incluyendo, a veces, organizaciones internacionales– son los actores más importantes de la política, no los estados-nación. Por supuesto, estos liberales probablemente no estarían de acuerdo con mi afirmación de que la Iglesia en la Edad Media y Edad Moderna Temprana –que incluye a estados compuestos como el Sacro Imperio Romano, el Imperio de los Habsburgo y el Imperio Ruso– son buenos ejemplos de este concepto.
No estoy diciendo que los valores fundamentales detrás del nacionalismo actual no sean importantes y valiosos. La intención de salvar la integridad de una sociedad y de salvar la cultura y la identidad de una nación son importantes valores fundamentales para mí también. Pero no creo que el nacionalismo –que por lo general resulta bastante chauvinista–esté mejor equipado para hacerlo. Una de las razones es que el nacionalismo quiere unificar una población por etnia, lengua y religión, pero Europa nunca fue, y no es hoy, unitaria en estas categorías. Basta pensar, por ejemplo, en Cataluña, Bretaña, la gente de habla occitana en el sur de Francia, Trentino-Alto Adigio en Italia, las poblaciones históricas de Silesia, y las poblaciones húngaras que viven en porciones de Eslovaquia, Rumania y Ucrania.
Como yo lo veo, el pensamiento etnonacionalista oprime y destruye lentamente las culturas étnicas regionales auténticamente europeas, las tradiciones religiosas y las artesanías que son el corazón y la esencia de la diversidad orgánica de Europa. Es a través de esta unidad en la diversidad, unitas en varietate, como existieron las naciones premodernas, sobre todo (pero no exclusivamente) como monarquías. Estas “naciones compuestas” estaban interconectadas con conexiones culturales, históricas y religiosas más amplias, así como intereses comunes. (Por supuesto, no quiero negar las guerras continuas y devastadoras que han ocurrido entre las naciones europeas, pero incluso permitiendo esto mi punto tiene verdad.)
Lamentablemente, los nacionalistas de hoy en día parecen no entender esto, y no pueden dejar ir el paradigma de estado-nación del siglo XIX y XX. Desafortunadamente, este paradigma no puede crear y mantener una Europa mucho más unificada – que es exactamente lo que necesitamos a medida que enfrentamos la crisis migratoria, el cambio climático, y potencialmente los cambios geopolíticos más grandes que el mundo ha visto desde el final de la Guerra Fría.
Si continuamos con los viejos paradigmas nacionalistas, nos convertiremos en enemigos de cada uno, lo cual no podemos permitirnos en el tiempo de la “crisis migratoria”, la ofensiva LGBT contra la familia tradicional, y el empuje progresista para “redefinir” la naturaleza de las cosas. Por supuesto, las victorias conservadoras de 2016 como la elección de Donald Trump, Brexit, y el crecimiento del movimiento alt-right en Estados Unidos nos han demostrado que las opiniones políticas están cambiando para mejor en Occidente. Pero eso no es suficiente. Después de la elección de Alexander van der Bellen, Emmanuel Macron, y la derrota electoral de Geert Wilders, está claro que los problemas permanecen. Y, en mi opinión, no podremos realmente cambiar la dirección de Europa si seguimos basándonos en el pensamiento nacionalista. Los globalistas post-liberales piensan que sus enemigos en Occidente son “nacionalistas retrógrados”; ellos saben lo que esta gente puede decir y hacer. Continuar con el paradigma nacionalista anticuado significa actuar de acuerdo con sus predicciones. Necesitamos parar y reconsiderar.
En el pasado, las estrategias políticas conservadoras que mencioné fueron más capaces de hacerlo –en el proceso de mantener y preservar la diversidad natural del pueblo europeo– y hoy en día las ideas identitarias son más apropiadas para ello. Por lo tanto, necesitamos dar un paso más allá del nacionalismo y entender lo que un post-nacionalismo no liberal puede darnos.
Entrada original: https://www.counter-currents.com/2017/07/thoughts-on-post-nationalism/
Traducción: Francisco Albanese