Como núcleo donde fluyen y se discuten ideas, estamos constantemente leyendo, traduciendo, comentando artículos, analizando tendencias y eventos que ocurren aquí –en el Cono Sur– y en otras partes del mundo. Tenemos una relación bastante buena con autores y escritores de otras latitudes (con algunos mejores que con otros, por cierto). Sin embargo, a pesar de que el identitarismo pueda ser comprendido como un fenómeno global, no puede ser desprendido de su realidad local. Si se produce este divorcio contextual, el identitarismo pierde sentido y pasa a ser una forma de pensamiento globalista como cualquier otra, despegada del tiempo, lugar, circunstancias, cultura, etc., es decir, de todo lo que le otorga identidad.
Observar situaciones que ocurren en otras localidades permite familiarizarse con otras realidades, y nos permite comprender cómo distintos fenómenos se van manifestando según el tiempo y el lugar. El problema aquí radica cuando comienza a vivirse una realidad que no corresponde, y pensar la realidad de forma ajena a lo que se está viendo: ya sea de forma idealizada en lo bueno o lo malo, una realidad ajena no deja de ser una realidad ajena, y los mecanismos para contrarrestar y proceder frente a dicha realidad están diseñados para esa realidad, y no otra. A los alarmistas y sensacionalistas les encanta esto, aunque pecan en la interpretación de la realidad.
Podemos encontrar memes en internet como éste donde, entre un negro cliché compite con un blanco «educado y decente» por un puesto de trabajo. Finalmente, el negro obtiene la plaza de trabajo, amparado en una imposición de la diversidad.
Muy didáctico, muy compartido, muy viral… pero no se condice con la realidad chilena y, probablemente, con la del resto del Cono Sur. El clasismo brutal chileno, donde los estereotipos de clase alta –a la que la mayoría aspira y se desvive por ingresar– son de amplia dominancia europea, parten con preferencia frente a los otros grupos por una cuestión de reflejo casi instintivo frente a la internalización de los sistemas de castas coloniales. De una u otra forma, en Chile existe el privilegio blanco, sobre todo en el sector privado. El sector público tiene planes de integración (guiado especialmente a mujeres y a la población indígena), aunque, finalmente, prima la amigocracia y las preferencias cromáticas, al estar íntimamente relacionadas con la clasista idiosincrasia chilena.
Atacar las «bondades» de la incipiente diversidad cultural como los tantos ejemplos que podemos encontrar en distintos portales europeos y libros como White Girl Bleed a Lot (bastante bueno) es algo ciego, poco objetivo y poco aterrizado en la realidad, teniendo en cuenta que Chile ha sido siempre un país cultural/étnicamente diverso. En ese sentido, Chile estaría más avanzado en su proceso de descomposición que cualquier país europeo, ya que nació descompuesto. Europa avanza en picado hacia la desaparición de sus distintas unidades locales (etnias o naciones), mientras que Chile nació careciendo de dicha unidad, de esta manera, Europa experimentará en las próximas décadas algo que nosotros hemos experimentado durante toda nuestra historia.
Si vemos en programas de televisión alemanes o suecos, podremos ver que los conductores son evidentemente no-europeos, lo que coincide con sus esfuerzos por integrar al flujo de inmigrantes proveniente de África y Asia. Esto es un reflejo alterado de la realidad, pues, viendo sus programas de televisión, podría pensarse que la cantidad de población no europea (i.e., no blanca) es enorme, casi igualando a la población nativa. Siendo realistas, existe una gran cantidad de inmigrantes en Europa, pero no en las proporciones que se muestran en televisión. Por otro lado, si alguien que reside fuera de Chile viera los rostros de la televisión chilena, podría asumir que en Chile existe una amplia mayoría de población blanca, lo que no es así.
Rostros animadores TV chilena.
Los conflictos raciales difícilmente se expresarán aquí como una guerra racial. De hecho, estos conflictos ya se expresaron, con una amplia victoria de la minoría blanca. ¿De qué otra forma se explicaría, entonces, que todos traten de vestirse como occidentales y aspiren al Primer Mundo? ¿Podría decirse que los blancos son perseguidos –como ocurre en otras latitudes– cuando, en realidad, todos los aparatos publicitarios se valen de rostros criollos/europeos para que sus productos lleguen a las masas? Quizás no existe un reconocimiento verbal de la existencia de la raza blanca en comparación con otras etnias y razas (la famosa categoría «sin etnia» en las encuestas, destinada a indicar a criollos y mestizos sin etnia definida), pero es innegable la preferencia que la mayoría –luego de una victoriosa guerra cultural– tiene por lo blanco, el famoso «mejorar la raza». Probablemente, cuando en Chile haya un reconocimiento de la existencia blanca como un hecho étnico, podrán levantarse las barreras de clase para dar paso a la solidaridad étnica. Mientras eso no ocurra, las fracciones blancas de clase media y baja seguirán estando en desventaja frente a amenazas que revisaremos más adelante.