Francisco Javgzo

Con el concepto de identidad se encuentra íntimamente relacionada la facultad de excluir, es decir, determinar quiénes son los nuestros. Esta facultad es un privilegio que se ve otorgado desde las bases pues, si fuera por una cuestión legal – influida notoriamente por la corrección política – se impondría por mandato que nadie puede ser excluido. Para excluir (separar a unos de los otros, llevarlos más allá del perímetro de lo “nuestro”), primeramente hay que discriminar, y discriminar implica necesariamente el saber identificar entre lo semejante y lo distinto. Éste es un ejercicio bastante fácil, y en lo cotidiano lo hacemos en casi todo orden de cosas.

Respecto a la exclusión y el reconocimiento de la identidad, existe un grave problema en los nacionalismos liberales argentinos y chilenos, y tiene que ver con el reconocimiento del “nosotros”. En este punto, la cuestión Mapuche siempre saldrá a la discusión, y seguirá siendo una piedra del tope hasta que no se les reconozca como una identidad distinta que responde a vínculos que van más allá de lo meramente territorial.

Los autores argentinos, por lo general, padecen de un compromiso sentimental que trasciende lo racional, pero que – negativamente – también transciende aspectos irracionales que no deberían ser pasados por alto. Rodolfo Casamiquela, por ejemplo, cuestionaba la idea de originalidad del pueblo mapuche [1], alegando que el pueblo originario propio de la Argentina era el tehuelche. En Chile, por otro lado, autores como Sergio Villalobos, relativizan la idea de identidad mapuche al adscribirle una condición de mestizaje que se presentaría en casi toda su población, alegando que la falta de pureza absoluta es suficiente para invisibilizar la identidad de dicho pueblo. (Sobre este último tipo de argumento, leer aquí).

Tehuelche. 0% Europeo.

Ambos argumentos presentados por los autores antes mencionados carecen de importancia para efectos de definir al “nosotros”. Todos los argumentos que se han mencionado hasta ahora buscan el desvirtuar al “ellos”, restar méritos a sus teorías y hasta negar sus condiciones. Ante esto, surge la pregunta, ¿son parte de” nosotros”? Si no son parte de “nosotros”, ¿qué importancia tiene entonces que no quieran sentirse parte de?

Para el identitario criollo (i.e., blanco), lo que importa no es el “ellos”, sino definir los límites del “nosotros”. Aquí es donde el compromiso sentimental de los nacionalismos locales transciende lo racional y, muchas veces, trasciende  lo irracional, pues el reconocer a un semejante pasa primero por una cuestión instintiva, y luego por el reconocimiento racional de esas diferencias detectadas primero en forma instintiva.

¿Para qué buscar tantos argumentos para decir que no son mapuches, que no son puros, que no son originarios, cuando basta que no sean criollos para hacer una sana exclusión? Ellos tomaron la delantera: sin importar qué es un chileno, un argentino, un blanco o un occidental, les basta que no se parezca a ellos para excluirlo de sus intereses. No viven por el resto ni pensando en la identidad del resto, sino que les basta la suya y nada más.

Notas.

1. «La pérdida de identidad es terrible. Los nietos de mis maestros, que sabían lo que eran, hoy se creen todos mapuches. Es decir, el abuelo era tehuelche puro, pero el nieto es mapuche. Entonces, la Patagonia perdió su identidad. Esta es tierra de aluviones, porque todos los días llega gente desde otros lugares».