Dominique Venner

Rembrandt | ბურუსი - BURUSI

Para los antiguos, Homero era “el comienzo, el medio y el final”. Una cosmovisión e incluso una filosofía están implícitamente contenidas en sus poemas. Heráclito resumió su fundamento cósmico con una frase bien dicha: “El universo, el mismo para todos los seres, no fue creado por ningún dios ni por ningún hombre; pero siempre fue, es y será fuego eternamente viviente…”

1. La Naturaleza como Cimiento

En Homero, la percepción de un cosmos no creado y ordenado va acompañada de una visión mágica llevada por mitos antiguos. Los mitos no son creencias, sino la manifestación de lo divino en el mundo. Los bosques, las rocas, las bestias salvajes tienen un alma que Artemisa (Diana para los romanos) protege. Toda la naturaleza se funde con lo sagrado, y los hombres no están aislados de ella. Pero la naturaleza no está destinada para satisfacer nuestros caprichos.

En la naturaleza, en su inmanencia, aquí y ahora, encontramos por otro lado respuestas a nuestra angustia: “Como nacen las hojas del árbol, así también lo hacen los hombres. Por el suelo el viento esparce las hojas, y el bosque reverdece y da a luz a otras cuando se levantan los días de primavera. Así también los hombres: una generación nace en el momento en que otra se desvanece (Ilíada, VI, 146). La rueda de las estaciones y de la vida, cada una transmitiendo algo de sí misma a los que seguirán, asegurando así una medida de la eternidad.

2. La Excelencia como Meta

A imagen de los héroes, los hombres verdaderos, nobles y consumados (kalos kai agathos) buscan en el valor de la acción la medida de su excelencia (arete), ya que las mujeres buscan en el amor o en la entrega de uno mismo la luz que las hace reales. Lo único que importa es lo que es hermoso y fuerte.

Sé siempre el mejor”, le dice Peleo a su hijo Aquiles, “mejor que todos los demás” (Ilíada, VI, 215).

Cuando Penélope estaba atormentada por la idea de que su hijo Telémaco pudiera ser asesinado por los “suitores” (usurpadores), lo que temía era que él pudiera morir “sin gloria”, antes de hacer lo necesario para convertirse en un héroe igual de su padre (Odisea, IV, 728).

Ella sabía que los hombres no debían esperar a los dioses ni tener esperanza en cualquier ayuda más allá de sí mismos, como dijo Héctor al rechazar un mal presagio: “El único presagio en el que creo es en luchar por la patria de uno” (Ilíada, XII, 250).

En la batalla final de la Ilíada, entendiendo que está condenado por los dioses o por el destino, Héctor se separa de la desesperación por una oleada de heroísmo trágico: «¡Ah, bueno! No, no pienso morir sin luchar ni sin gloria, ni sin alguna gran gesta que sea relatada por los hombres por venir» (XXII, 330–333).

3. La Belleza como Horizonte

La Ilíada comienza con la ira de Aquiles y termina con él calmando el dolor de Príamo. Los héroes de Homero no son modelos de perfección. Son propensos a errores y excesos en proporción a su vitalidad. Por esta razón, caen bajo los golpes de una ley inmanente que es el manantial del mito y la tragedia griegos. Cada culpa conlleva castigo, el de Agamenón como el de Aquiles. Pero, para Homero, los inocentes también pueden ser golpeados repentinamente por el destino, como Héctor y tantos otros, porque nadie está a salvo del destino trágico.

Esta visión de la vida es ajena a la idea de una justicia trascendente que castiga el mal o el pecado. En Homero, ni el placer, ni el gusto por la batalla, ni la sexualidad nunca se comparan con el mal. Helena no es culpable por una guerra librada por los dioses (Ilíada, III, 170–175). Sólo los dioses son culpables de los destinos que acontecen a los hombres.

Las virtudes alabadas por Homero no son morales sino estéticas. Cree en la unidad del ser humano definida por su estilo y sus actos. Así, los hombres se definen a sí mismos con referencia a lo bello y lo feo, lo noble y lo vil, no lo bueno ni lo malo. O, para decirlo de otra manera, la lucha por lo bello es la condición de lo bueno.

Pero la belleza no es nada sin lealtad ni valentía. Por lo tanto, Paris no puede ser realmente bello porque es un cobarde. Es sólo un bocón que engaña a su hermano Héctor e incluso a Helena, a quien sedujo con magia. Por otro lado, Néstor, a pesar de su edad, conserva la belleza de su coraje.

Una vida bella, la meta última de la excelencia de la filosofía griega, de la que Homero era la expresión primordial, supone la adoración de la naturaleza, el respeto de la modestia (Nausícaa o Penélope), la benevolencia de los fuertes por los débiles (excepto en combate), el desprecio por el deshonor y la fealdad, la admiración por el héroe desdichado.

Si la observación de la naturaleza enseñó a los griegos a moderar sus pasiones, a limitar sus deseos, entonces no hay nada tonto en la idea de que ya eran sabios antes de Platón. Sabían que la sabiduría estaba asociada con las armonías fundamentales nacidas de la superación de los opuestos: masculino y femenino, violencia y dulzura, instinto y razón. Heráclito había ido a la escuela de Homero cuando dijo: «A la naturaleza le gustan los opuestos: a través de ellos, produce armonía«.

Entrada original: https://www.dominiquevenner.fr/2009/07/la-triade-homerienne-lavenir-prend-racine-dans-la-memoire-du-passe/

Traducción: Francisco JavGzo