Dominique Venner

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Ni por un instante me olvido de las luchas del momento. Ni por un instante me olvido de las luchas del pasado que nos han hecho lo  que somos. Ni por un instante olvido que existir es dedicarse y ser devoto, sino que también luchar. Tampoco olvido que la vida está formada por momentos intensos y momentos calmos, de alegrías y atrocidades. La vida (y nuestra vida) es a la imagen de la naturaleza de la que procede, como ya ha dicho Heráclito en un aforismo muy actual, casi treinta siglos antes que nosotros: «La naturaleza ama a los opuestos: es con ello que produce armonía». Esto también lo dijo Homero de una manera diferente y poética, enfatizando que nuestra existencia es parte de los grandes ciclos naturales: «Como nacen las hojas del árbol, así también lo hacen los hombres. Por el suelo el viento esparce las hojas, y el bosque reverdece y da a luz a otras cuando se levantan los días de primavera. Así también los hombres: una generación nace en el momento en que otra se desvanece” (Ilíada, VI, 146).

Para nuestros cada vez más numerosos contemporáneos, cuyos días pasan en el mundo artificial de las ciudades (que ya no son siempre ciudades), a menudo es difícil percibir —más allá del hormigón, el vidrio, el acero y la luminosidad eléctrica— que la naturaleza, a pesar de su visible ausencia, sigue englobándonos y trazando las líneas de fuerza de nuestra existencia, entre el parto y el desvanecimiento: “como las hojas…

La naturaleza olvidada, sin embargo, a veces nos recuerda la forma más inusual e inevitable cuando cae la lluvia que la ciudad y el genio de los hombres no pueden controlar. Es una reflexión sugerida por un pequeño libro profundamente titulado Amar la lluvia, amar la vida. Su autora, la escritora y filósofa Dominique Loreau, es una mujer. Vive en Japón, lo que sin duda contribuye a su percepción inmanista de la existencia. Entrego las primeras líneas de su ensayo que dice lo esencial para mí: «En este mundo extremadamente racional, donde las sociedades modernas imponen sus leyes a la naturaleza y al hombre, hay un fenómeno que nadie podrá controlar: la lluvia«. Es un nuevo pensamiento de largo alcance. Nos hace darnos cuenta que, a pesar de las apariencias, la naturaleza, nuestra madre para todos, sigue marcando el ritmo de nuestra existencia a pesar de la artificialidad de la ciudad. Así que gracias a la lluvia por recordarnos esta evidencia tranquilizadora. Ahora me parece mucho más amigable, incluso cuando a veces es demasiado insistente en las regiones del norte europeo.

Entrada original: https://www.dominiquevenner.fr/2013/01/aimer-la-nature-aimer-la-vie/ 

Traducción por Francisco JavGzo.