La historia del mundo es una historia de la lucha entre pueblos y civilizaciones por la supervivencia y dominación. Es un campo de batalla de voluntades de poder. Es una sucesión ininterrumpida de prolíficas tragedias resuelta exclusivamente a través de las energías creativas de las fuerzas determinantes. La lucha de clases no es menos una realidad, pero de un orden secundario.
El vigor a largo plazo de un pueblo yace en su germen, es decir, en el mantenimiento de su identidad biológica y su renovación demográfica, así como en la salud de sus costumbres y de su creatividad y personalidad cultural. Sobre estos dos cimientos yace una civilización.
De forma contraria a la creencia que prevalece, no es el poder económico o militar, ni su constitución social o la independencia política, lo que en última instancia determina la longevidad de un pueblo o civilización. Estos elementos son muy importantes, pero son parte de la superestructura. La base de todo es la identidad biocultural y la renovación demográfica.
Ésta es la razón por qué es tan trágica la situación actual en Europa: por primera vez en 2 mil años, está casi literalmente en peligro de desaparecer. Y esto, en el momento que está torpemente tratando de unirse, como si tuviera la presciencia para reagruparse contra lo que la amenaza.
Corrompida por el sistema occidental que ella misma creó, Europa está roída desde adentro y roída desde afuera. Internamente: por el individualismo burgués, el culto al consumismo a corto plazo, infertilidad, desvirilización, xenofilia, etnomasoquismo y desculturización. Internacionalmente: por una colonización de reemplazo de la población, por la invasión islámica, y por su sometimiento cultural y estratégico al cómplice del Islam, el adversario americano.
Hoy en día, mientras la noche desciende sobre ellos, los pueblos de Europa deben verse conscientemente como pueblo, porque tienen menos de un siglo para salvar su germen y su civilización. El siglo XXI será el siglo decisivo, especialmente en sus primeras décadas. Más que nunca, el viejo adagio militar — “¡vencer o morir!” — es pertinente. Si no actúa la generación de europeos nativos que cumplen 20 años entre 2000 y 2010, todo va a estar perdido — para siempre— tal como el espíritu de los que construyeron las grandes catedrales está finalmente extinto. Los europeos del este ni siquiera podrán a ayudar a sus hermanos en el oeste, ya que también están enfermos.
El próximo siglo será un siglo de hierro. Traerá un retorno arqueofuturista de cuestiones ancestrales, de conflictos eternos, tras el breve paréntesis de la “modernidad”, que duró apenas tres siglos – un momento en el curso de la historia. La era que viene anuncia lo titánico y lo trágico, una humanidad superpoblada, hacinada en un planeta enfermo, que compromete su lucha decisiva por la supervivencia. El fin de un régimen y un interregno.
Los asuntos clave de cara al futuro no serán sobre de financiar emprendimientos, encontrar un lugar en el sistema político para las mujeres o velar por el bienestar de la “comunidad gay”, sino sobre determinar el resultado del próximo choque entre Europa y el mundo islámico colonizándola: ¿los europeos seguirán siendo la mayoría de la población europea; serán capaces de comprobar la dramática degradación de medio ambiente de la Tierra, etc.?
En el curso del siglo que viene, toda la humanidad, primero en Europa y luego en todo el mundo, se enfrentará a una convergencia de catástrofes. Nada es probable que sea resuelto sin una grave crisis en la cual nos veremos obligados a actuar, una vez que nuestras espaldas están contra la pared. El sistema actual —este sistema occidental moderno— no puede ser salvado, contrariamente a las ilusiones de la Derecha o el optimismo de la Izquierda. Tenemos que prepararnos para el caos que se aproxima y empezar a pensar en términos posteriores al caos. Los “realistas” del raciocinio me han criticado por mi mirada revolucionaria, trágica. Pero mi visión es positiva. La historia demuestra que los intelectuales “realistas”, generalmente expertos miopes, miran al mundo a través del extremo equivocado de la lente. Incluso me han acusado de ser un “romántico apocalíptico”. Pero no, soy realista: creo en lo concreto. Más paradójico aún, estas reprobaciones son hechas por autoproclamados “filósofos” que posan como anti-progresistas, aunque ellos mismos han sucumbido a las peores ilusiones liberales-marxistas — al negarse a imaginar la posibilidad de una catástrofe. Son como avestruces que entierran sus cerebros superdesarrollados en la arena, o como las criaturas marinas ciegas en las Fosas de las Marianas… La Historia no es un río largo y tranquilo, sino más bien una serie de cascadas, rápidos, y, puedes creerlo, desembocaduras.
¿Por qué luchamos? No luchamos por “la causa de los pueblos”, porque la identidad de cada pueblo es de su propio interés, no el nuestro, y porque la historia es un cementerio de pueblos y civilizaciones. Luchamos solamente por la causa del destino de nuestro propio pueblo. Nuestras actividades políticas — las más cotidianas, culturales y metapolíticas, las más prácticas, las más humildes actividades, incluso en la formulación de nuestros programas prácticos — están guiadas por el imperativo de toda Gran Política: es decir, por la lucha de la herencia de nuestros antepasados y el futuro de nuestros hijos.
Entrada original: https://www.righton.net/2016/07/05/vanquish-or-die/ Extracto de Why We Fight (Arktos, 2011).
Traducción: Francisco Albanese