Hoy la libertad, como valor intrínseco y meta a alcanzar por la humanidad, se ha transformado en la moneda de cambio con la que muchos deciden desarrollar su camino por este mundo tenebroso. Y no es de extrañar esto en una sociedad donde aquellos más perspicaces, aquellos que logran ver más allá de sus narices, se han dado cuenta de que por más que el Sistema blanda la espada de la libertad en sus diferentes discursos y acciones, lo que en realidad hace con su otra mano es retener con mayor fuerza la cadena atada a nuestros pescuezos.
Es así que podemos hablar de dos grupos de libertarios actuando en el escenario actual:
- Aquellos que buscan cambiar las atribuciones del Sistema o, derechamente, derrocarlo, para conseguir una verdadera libertad; y
- Aquellos que se tragan el cuento de la libertad cedida por el mismo Sistema, siguiendo al final a pies juntillas todos sus postulados deconstructivistas.
En el primer caso, nos encontramos con un grupo de personas de las más diferentes tendencias y realidades, formaciones y escuelas, pero que convergen en el ideario de que es necesario restarle atribuciones a este gran Leviatán que es el Sistema imperial mercantilista en el cual nos encontramos sumidos hoy por hoy. Suelen ser personas que han tenido acceso a una formación intelectual más acabada, ya sea por las posibilidades que la vida les ha otorgado o porque su propio esfuerzo los ha empinado por sobre la media intelectual (lo que tampoco es tan difícil en un mundo disminuido a nivel de raciocinio). Su motor es la libertad per se; la libertad económica, la libertad de credo, la libertad de consciencia, la libertad sexual, la libre determinación de los pueblos, la libertad a cagar en público, lo que sea. Más allá de sus restricciones al respecto, como son sus ideas de libertades positivas y libertades negativas, lo que les importa es la libertad (ya vaya a ver uno cómo la alcanzan, ahí el camino varía entre un grupo y otro).
En la otra vereda nos topamos con la masa, con la mayoría de la población, aquellos que piensan que están siendo libres cuando marchan con las tetas al aire, cuando consumen todo tipo de drogas, cuando abren las piernas a diestra y siniestra para luego abortar libremente, cuando “hombres” desfilan con tacones altos y falda por plena Alameda; acá nos encontramos con todos aquellos que piensan que aquellos pequeños espacios que el Sistema les brinda para ser “libres” son grandes conquistas contra el “Estado falofascista”. En este costado encontramos a los idiotas más útiles y los mongólicos preferidos por el opresor, esos que piensan ser libres cuando son realmente más esclavos -aún.
¿Pero qué pueden tener en común estos dos grupos y qué le puede importar esto al identitarismo (que es nuestro tema y causa de lucha)?
¿Qué más podrían tener en común que su igual deseo, desarrollado y buscado de manera total y diametralmente opuesta, de ser libres?
Sí, ambos tienen una visión diferentes de lo que implica dicha libertad y hacia dónde los debería llevar, pero, más allá de las divergencias orbitando sobre el mismo concepto, al final de cuentas, la cumbre que ambos quieren alcanzar y que, por tanto, se transforma en el objetivo central de sus vidas, es dicha libertad. Y es aquí donde dicha lucha estoica por la libertad, que tantas grandes y viriles proezas y admirados héroes nos ha entregado en el pasado, se cruza en el camino del Identitarismo.
Creo que nadie desea ser esclavo ni desea sentirse prisionero. Todo buen hombre que se precie de tal no desea posar su rodilla contra el suelo porque una ley y/o una pistola se lo imponen, si no que desea hacerlo libremente cuando él sienta que el hombre o la causa que lo llevó a tomar dicha decisión lo amerita, lo vale. Así mismo, ninguna mujer desea agachar la cabeza cuando siente que su dignidad está siendo pasada a llevar puesto que no es respetada ni valorada como individuo. Pero ¿qué es primordial para nosotros los identitarios? ¿La libertad? Por lo menos para mí no lo es. Para mí, lo central, antes que la libertad misma, más allá de que ésta tenga una importancia crucial en la manera que concibo al mundo y en la lucha contra esta hegemonía que nos impide desarrollarnos como comunidad, es la vida ¿cuál vida? La vida de mi pueblo, de mi etnia, y, por lo tanto, de mi raza.
Buen lector, no me malinterprete, yo sí creo que necesitamos ser libres. Sí, creo que este Sistema perverso debe ser borrado de la faz de la tierra para volver a un periodo mucho más similar a la lejana organización tribal, bajo una lógica arqueofuturista, donde el respeto por la Naturaleza como rectora de nuestras vidas sea nuevamente abrazado como elemento central de una espiritualidad nueva, pero, como dije con anterioridad, lo principal es la supervivencia de nuestra comunidad racial antes que cualquier otra consideración.
¿De qué nos serviría alcanzar la tan anhelada libertad si en el proceso nuestra raza se extingue? ¿De qué nos serviría la tan anhelada libertad si al bajar las armas nos vemos rodeados de una masa parda? De nada, no por lo menos para nosotros los racialistas e identitarios.
El reproche principal que se puede efectuar contra todos aquellos que elevan a lo más alto del Olimpo a la libertad y que intentan posicionar las ideas libertarias dentro del círculo identitario es que cuando la libertad se transforma en la panacea, en el centro de nuestra weltanschauung, de nuestros postulados, parece que olvidamos que, necesariamente, algo debe ser desplazado de la cúspide para que ella –la libertad- pueda ocupar dicho sitial. En este caso, en el mundo identitario, lo que sería desplazado de la más alta esfera de consideración para darle cabida a la libertad, sería nuestra raza y, con ello, la lucha por su supervivencia y perpetuación, su perfeccionamiento y el desarrollo; de igual forma ocurriría con la reyerta por nuestra identidad, ya que es una perogrullada que sin la primera no puede existir.
Bajo esa libertad, esa idea de libertad que hoy se maneja, más allá de aquellos márgenes que los intelectuales desean colocarle a la lucha libertaria, cualquier persona, en aras de aquella autodeterminación puede llegar a decidir que ya no desea ser caucásico y que se operará para ser cónguido, que desea verse como blanco pero seguir la forma de vida de los australoides, que desea ser blanco pero ahora quiere ser blanca, de que quiere ser blanco pero vivir en un mundo paralelo producto del consumo desmedido de drogas. Porque todos sabemos que si existe una comunidad racial que se ha tragado como enfermo el cuento de la libertad, esos somos nosotros, quienes han cedido en todo ámbito para permitirle al resto de las comunidades desarrollar su libertad en nuestros propios espacios, a costa de nuestro bienestar, de nuestra cultura y tradición, porque se lo debemos, porque merecemos que nos pasen por encima, porque fuimos, somos y seremos terriblemente malos; demonios con pieles de ángeles.
¿Acaso no es aquella proclamación de la libertad como la gran matriarca –sentada a la derecha del gran patriarca Dinero- por la que precisamente todo se ha ido al carajo hoy?
Sí, hoy necesitamos libertad frente a un Sistema omnipresente que coarta todo tipo de Identidad que se escape de los lindes deseados para sus intereses, pero no necesitamos que esa lucha libertaria contra el Sistema se incruste en la cabeza de nuestra gente, a la que buscamos nuevamente cautivar con el amor por los suyos, en el sentido de que ellos entiendan que son libres de hacer lo que estimen pertinente, incluso abandonar su raza, negarla o luchar contra ella.
Hoy, por más que no lo deseemos, lo que necesitamos, por lo menos entre nosotros, entre aquellos que han decidido ser continuadores de su legado milenario, es control. Control en el sentido de sentar las bases para poder disfrutar de un mañana, para asegurarnos de no cometer los mismos errores de nuestros ancestros, para reconstruir nuestro legado y traspasarlo a los que vienen, para poder determinar qué queremos y que no deseamos.
Lo más probable es que el mundo post-caída del Sistema sea un mundo tribal, donde cada grupo buscará el o los elemento que los llevará a aglutinarse, pero creo que no debería ser así entre nuestra gente -y con nuestra gente me refiero a aquellos que desean luchar por su estirpe y no por todos los blancos-, quienes, si bien, de seguro tendrán diferencias debido a sus propias realidades, tendrían que estar emparentados por lazos profundos que deben ser forjados en este tiempo, en estos momentos, y ellos no se pueden crear si se les permite a todos la libertad para actuar como se les vaya en gana.
Hoy debemos preparar el camino para cuando el caos del futuro se desate, y ese camino solamente será pavimentado a base de, dentro de los nuestros, un condicionamiento premeditado, en el sentido de que su raza sea el punto de partida y el final para cada uno de sus actos. Como bien dice Greg Johnson en su texto Religión Racial Civil, “El nacionalismo blanco, como yo lo concibo, no es sólo una filosofía política, compitiendo con otras filosofías políticas por el poder bajo la hegemonía liberal universalista. Por el contrario, debemos tener como objetivo el desplazar al universalismo liberal y establecer una hegemonía nacionalista blanca, una nueva religión civil para Occidente que trate de la preservación y el florecimiento de nuestra raza como el bien supremo, al cual todos los valores menores deben estar subordinados. El nacionalismo blanco debe hacer del bien supremo de nuestra raza, el centro de un culto público celebrando nuestra identidad, nuestra herencia, nuestros héroes y nuestro destino fáustico.”.
Sí, la libertad es importante y fundamental para el desarrollo tanto de un individuo como de su comunidad, pero más importante aún que la libertad, es la vida. Sin vida no existe ninguna libertad posible, puesto que es necesario el vivir para poder llegar a experimentar lo que significa el ser libre.
Es por ello que, por lo menos para mí, como nacionalista blanco, como identitario, la libertad jamás puede ser posicionada como ultima ratio entre nuestra gente, ya que lo central para todos nosotros debe ser, antes que cualquier otra cosa, la vida como motor de existencia, la vida de nuestra hermandad, de nuestra comunidad, de nuestra etnia, de nuestra estirpe, de nuestra raza.
Sólo cuando la supervivencia étnica racial esté asegurada, junto con la consciencia como comunidad de que pertenecemos a un legado biológico determinado y que debemos forjar nuestro presente y futuro según éste, es que la libertad tomará realmente el peso que merece en nuestra balanza de prioridades.
Sólo cuando nuestro Pueblo tenga su existencia asegurada podremos buscar aquella libertad tan anhelada por todos, pero siempre en el marco del bienestar de nuestra comunidad, siempre analizando dicha búsqueda libertaria bajo la premisa de ¿será esto bueno para mi Pueblo?
Un comentario en “La libertad pesa menos que la sangre”