El Sistema actual es omnipresente y omnipotente, lo que se traduce, necesariamente, en mantener siempre una obligada interrelación con él. Y es que ya no hablamos de un organismo poderoso de raigambre tan solo local, sino que de un poder global del cual no hay precedente en nuestra historia. Sin que muchas veces lo logremos dimensionar, éste se encuentra en todas partes y sabe lo que hacemos con cada paso que damos. Siempre va adelante nuestro.
El poder local, el que es más cercano a nosotros y con el que actuamos diariamente, el que conoce nuestros pasos con tan sólo pagar el pasaje del transporte público, no es más que el representante en nuestro territorio de un poder universal, que impregna cada rincón del planeta y que controla todo y a todos.
Si bien es cierto que este inmenso poder, debido a su propia ambición sin parangón, terminará finalmente por colapsar, llevándose junto a él – en el peor de los casos – a un gran número de personas y especies, no es menos cierto que para que ello ocurra, creo, queda un período de tiempo bastante largo, y es que quienes detentan el poder harán todo lo posible por sostenerlo hasta cuando ya no sea viable. En última instancia, si es que fuese necesario destruir continentes enteros y extinguir grupos humanos completos, así será.
Entonces ¿qué es lo que queda para todos nosotros que ya nos encontramos hastiados del modus vivendi que el Sistema actual nos intenta imponer y al que, lamentablemente, nos hemos ido acostumbrando poco a poco, mediante largos procesos de adaptación? Si asumimos que no podremos escapar de él por más tratemos de que huir, que siempre estaremos relacionados con él pese a todo y que siempre algo arrebatará de nosotros por más esfuerzo que invirtamos en oponernos, la mejor estrategia, entonces, será el aprovecharnos de él y de sus recursos, de sus derechos humanos y sus demás leyes, de los espacios que le brinda a otros y que nosotros no hemos sabido aprovechar.
Si hay algo que debemos aprender de grupos minoritarios tales como el pueblo judío, que ha sobrevivido en todo lugar y que, a pesar de ser pocos en cantidad, tienen muchos recursos y, de una u otra forma, al mundo a sus pies, es que ser minoría no es limitante para ser grande. Desde el punto de vista histórico, los judíos no siempre fueron poderosos, pero sí siempre fueron pocos. Aún así, siempre han logrado prosperar y es probable que sigan haciéndolo.
Siendo honesto, no creo que una solución para nosotros como grupo humano sea la de seguir los mismos pasos que ha seguido el pueblo judío ni nada parecido, ya que me es moralmente imposible caminar por la misma senda de un pueblo que ha utilizado métodos más que cuestionables durante su historia con tal de conseguir todo lo que tiene; sin embargo, debemos comprender su motivación de forma independiente a los métodos: sobrevivir como pueblo, o, mejor dicho, bajo su premisa de pueblo.
El pueblo judío, desde que fuera esclavo en Egipto hasta su diáspora provocada por el mandato romano, a pesar de siempre vivir dentro de las comunidades en las que se alojaban, siempre se encontraban fuera, siguiendo el modo de vida que habían heredado de sus ancestros. Si bien, en muchos casos, públicamente abandonaban su fe (elemento central del ser judío), para su comunidad y ellos mismos seguían siendo los mismos (el Imperio Español experimentó este hecho de cerca).
¿Cuál era el objetivo de este tipo de tácticas? Dicho en forma simple, la idea central era estar dentro del Sistema a la vez que se estaba fuera, sin compromisos con el mismo, para así poder optar a cuotas de poder –que eran negadas a éstos por el solo hecho de ser judíos y cuyo dinero no bastaba para adquirir– que les permitieran ayudar a su colectividad.
Por tanto, podría decirse que el pueblo judío se ha valido históricamente de sociedades ajenas al beneficiarse de éstas, las que incluso hasta les podían llegar a parecer repulsivas, con el único objeto de poder ayudar al crecimiento y fortalecimiento de su comunidad. Como ellos mismos dicen, un judío, esté donde esté, practique la fe o no, sigue siendo judío.
De forma semejante, nosotros debemos hacer hoy lo mismo que los judíos han hecho históricamente. Independientemente que uno pueda o no rechazar al sistema establecido, será siempre preferente tener a los nuestros educando a nuestros hijos, a los nuestros representándonos ante los tribunales de justicia, a los nuestros en los cuerpos de seguridad y fuerzas armadas, a los nuestros en las instituciones bancarias, a los nuestros ocupando un escaño en el congreso o algún puesto en el ejecutivo. Por más que pueda ser pequeña la cuota de poder a la que accedan, es mejor contar con ella que carecer de ella.
En una manera similar, debemos llegar a estar en todas partes, sin que el resto de la sociedad multicultural lo sepa; debemos absorber todo lo que necesitemos de los recursos públicos con el fin de sustentar nuestras actividades, por dar un ejemplo. Que a través de la estructura estatal, la masa social informe se lleve nuestros impuestos si quiere, pero gracias a ella y a sus fondos concursables, por ejemplo, podrían reunirse fondos que nos permitan obtener los fondos que nos faciliten la adquisición de propiedades para nuestra gente, o la subvención necesaria para editar libros, periódicos o revistas que vayan en función de nuestra concientización, entre un sinfín de posibilidades.
Así, si es que no podemos derrotar al Sistema en el corto y mediano plazo, si es que nos vemos obligados a seguir viviendo con él, hemos de convertirnos, gracias a él mismo, en su pesadilla silenciosa y discreta, estando presentes en todas sus facetas y dimensiones, hasta cuando ya no nos sea útil.
Un comentario en “Lecciones desde Har Tsiyyon”