Juan Pablo Vitali

Reflexiones I

Juan Pablo Vitali

Me preguntan qué formas propongo para restablecer la vieja sabiduría y creencias de la estirpe indoeuropea. Yo creo como los hindúes, que más allá de escuelas y maestros, cada uno debe seguir su propio camino. (más…)

El fraccionamiento de los estados

Juan Pablo Vitali

Publicado originalmente en Identitario Sur.

Hace ya bastante tiempo he escrito un artículo sobre el fraccionamiento de los estados hispanoamericanos como herramienta de dominación. Cada tanto es bueno reescribir ciertas cosas. (más…)

La Bandera Confederada

Juan Pablo Vitali

Me gusta esta bandera, no puedo negarlo. La tildan de esclavista, de extraña a mi propio Sur, pero yo no lo creo. Las banderas siguen la suerte de los vencidos, es la ley de la historia. Pero me sigue gustando, la siento propia. Veo aquel Sur y veo mi Sur y no encuentro grandes diferencias. Quizá de forma, pero no de fondo. (más…)

Fundaciones Míticas

Juan Pablo Vitali

La primera fundación de Buenos Aires, mítica, perdida bajo el barro, es buscada todavía. El lansquenete alemán Ulrico Scmidl, escribe el primer libro en estas tierras del Sur, contando su historia. (más…)

Los Blancos del Sur

Juan Pablo Vitali

Nosotros, los blancos del Sur, llegamos antes de la Segunda Guerra Mundial a América, hace cinco siglos o un siglo, da lo mismo. Digo esto porque por más influencia que hayan tenido ciertos hechos en la historia del mundo, nosotros no participamos. (más…)

Contradicciones, realismo y utopía

Juan Pablo Vitali

Las personas se mueven según sus pautas culturales, según sus valores o la falta de ellos. Eso Antonio Gramsci lo sabía muy bien, tanto más teniendo un hermano dirigente fascista, en momentos en los que el fascismo conquistaba a las masas. (más…)

Que los muertos entierren a sus muertos

Juan Pablo Vitali

Hay cosas que han muerto, pero quedan a la intemperie. Todos pasan a su lado pero nadie observa, nadie reconoce, nadie mira. (más…)

El cambio y la verdad: Nietzsche y Occidente

Más malas noticias: Carlos Martel no va a resucitar. Carlomagno tampoco. Bueno, a decir verdad, ese hombre asesinó unos cuantos europeos también. Cristo tampoco va a resucitar. Creo que la mayoría de los europeos sí son Charlie, en rigor: todo Occidente es Charlie. Por eso: no me interesa Charlie ni Occidente. Si esto es una cruzada de cristianos contra musulmanes, no me interesa; del mismo modo que no me interesa el fanatismo musulmán.

Todo cambio es primero antropológico, vale decir: un cambio en el hombre. Las conductas, regidas por actitudes y valoraciones, se visten de religión, de ideología, pero responden a lo que el hombre es en su trama profunda de intereses. Occidente también es eso: un código de conducta asimilado durante miles de años. Una asimilación de dogmas, de conceptos, de conductas que responden a esos dogmas y conceptos. Lo que se nombra hoy con desprecio, las palabras que se utilizan para nombrar «el mal» son códigos que disparan conductas: que el hombre antiguo, es algo anterior al hombre «evolucionado»; que el «pagano» es un primitivo. Esto pese a que el hombre antiguo comprendía el universo de un modo mucho más amplio, y pese a que el cristianismo haya quemado todo el conocimiento y la comprensión humana anterior a él.

Todo cambio es un cambio antropológico. Lo demás es una pérdida de tiempo.

¿Qué la verdad? preguntó el romano. Todos aquí tenemos nuestra verdad. Supongo que eso habrá pensado. Los judíos quieren que ejecute a uno de ellos; aunque yo, como romano y bajo la ley romana, no le encuentro delito. Pero estoy en Judea, ¿y qué vale más en Judea para Roma? ¿La política de Roma con Judea? ¿O los problemas de los judíos con un alborotador judío? Nunca imaginó, que luego la verdad sería la del alborotador judío, en la propia Roma.

Retomando el milagro anunciado al principio: si esperan a las SS europeas no van a venir. La cosa es sencilla: cada uno está sólo con su tribu, y si no tiene tribu está completamente sólo. Formen clanes y confederen los clanes. Eso funcionó por milenios: se llamaba Roma (no sé si lo recuerdan). Quizá todavía funcione. Al menos es algo básico, orgánico, natural. Tenía razón Nietzsche, la decadencia comenzó después de los presocráticos.

Hoy de nuevo los romanos nos preguntamos «¿Qué es la verdad?» Y cumplimos así nuestro deber de romanos, nuestro destino.

Nietzsche: el más incomprendido de todos. La sociedad occidental no acepta lo evidente. Milenios de dogmas, conceptos y estructuras la han convertido en lo que es hoy. El salto propuesto por Nietzsche es demasiado alto. Cuando decimos que Occidente debe caer, no invocamos la destrucción y la muerte — aunque ronden y se manifiesten — sino la desaparición de un tipo de hombre. Oriente nos lleva en eso mucha ventaja: ellos al menos saben que existe el dolor. El hombre sin tal consciencia no es un hombre. Además señores, el hombre blanco ha sido «Oriente» por milenios, ya que no existía Occidente ni la llamada filosofía Occidental.

Cuando Schopenhauer, Nietzsche y Heidegger vuelven a las fuentes, no hacen más que volver a nuestra patria de origen.

El pan-criollismo como destino del hombre blanco americano

Para nosotros, el criollismo es el destino común de la descendencia europea en América. Para dejarlo más claro: del hombre blanco americano. Nuestra óptica, dentro de esos límites es también clara: no arrastramos los lastres que destruyeron y destruyen a Europa.  Los enfrentamientos de aldea, de región, de principados o reinos, eso no tiene nada que ver con nosotros.  Tenemos muchas desventajas, pero también una ventaja: todo hombre blanco americano en tanto criollo consciente, nos enriquece y puede ser nuestro hermano.

Nos aporta tanto el ruso, el lituano, el ucraniano, como nuestro origen español o la “italianidad” que por ejemplo en la Argentina es evidente. No seríamos lo que somos sin los irlandeses, sin los galeses, sin los alemanes, sin los portugueses. Todo suma a una identidad que no tiene urgencia en odiar a los suyos, sino al contrario.  En este espacio infinito y con nuestra particular historia, ese tipo de odio es para nosotros extraño, incomprensible.  Puede que sea la necesidad, o la secular relación con otras gentes lo que nos hace sentir así; lo cierto es que donde está todo por hacer hay algo atávico, elemental, profundo, que nos une.  Esto no quiere decir que salgamos triunfantes de la contienda; pero al menos que la sangre derramada no sea entre nosotros.

Esto elemental que debe sentirse antes de explicarse, es un patrimonio que debemos defender y desarrollar.  Estamos antes del capitalismo y  quizá del cristianismo. No es que no nos hayan alcanzado, pero nos alcanzaron menos. Cuando uno pisa Europa se da cuenta de cuáles son las diferencias  y hasta dónde llega el cambio antropológico en una sociedad distópica.  Podemos concordar en la teoría, pero muchas veces a la hora de actuar nos damos cuenta que no actuamos igual: nuestros intereses, nuestro estilo, nuestra forma de ser son distintas.  Hay un alma colectiva que acompaña la recreación de la etnia, pero debe ser un alma grande, no declamada sino ejercida en la acción cotidiana. Hay códigos no escritos, esos son los más importantes. ¿De qué sirve declamar ideologías, cuando al actuar lo más importante no es lo declamado, sino que termina siendo lo mismo que para los demás? Por eso desconfío de las etiquetas. Las ideologías suelen funcionar como funciona la crítica para la literatura: los que no la sienten ni la entienden son los que se dedican a ella.

Desde el Quebec hasta la Patagonia, podemos encontrar un tipo de personas que, aún sumidas en el caos y en la confusión, emergen cada tanto con su carácter más profundo. Nos resta saber hasta dónde ese carácter, esa identidad y ese destino pueden desarrollar suficiente poder y conciencia para sobrevivir.

La contradicción mercurial

 

El siguiente artículo es un aporte de nuestro amigo y poeta criollo, Juan Pablo Vitali (Argentina).

El solve et coagula de los separatismos es algo sumamente confuso. Disolver para generar qué cosa, sería la pregunta. Cuando las Provincias Unidas del Río de La Plata se disolvieron, se generaron varios países que en realidad empequeñecieron un proyecto continental sobre una base federal, semejante a la de la de los EEUU antes del triunfo yanqui en la guerra de secesión. Los grandes espacios difícilmente tengan una constitución unitaria.

Cuando veo que sobre la base de antiguas “nacionalidades” o “regiones” se agita el separatismo en Cataluña o en el norte de Italia, la pregunta inmediata es la misma, separarse para qué cosa. Mis viejos reflejos buscan entonces de inmediato el gran proyecto continental, ese gran proyecto que justifique proponer semejante cosa, que justifique desagregar las unidades históricas correspondientes a una época para entrar en otra.

A su vez me pregunto por qué perjudican las actuales naciones española o italiana el desarrollo político futuro del norte de Italia o de Cataluña. Se sabe que las regiones que buscan autonomía tienen una situación económica mejor que el resto de sus connacionales, pero eso no es la política. De hecho la forma como se mide la economía y quiénes la miden es la quintaesencia del sistema. Habría que analizar también si nada le deben esas regiones a sus connacionales menos favorecidos.

En un mundo que concentra poder, hay dos posibilidades para abordar el separatismo. La primera es que realmente este sea parte de un proyecto superior, con un sentido de imperium, con un contenido sacro, elevado, trascendente. La otra posibilidad es que como sucursales favorecidas (al menos por el momento) por el nuevo orden mundial, los separatistas se vean a sí mismos como los “empleados del mes” de McDonald. Empleados del mes o del año, chicos ejemplares a los que les va bien porque “sirven” más que los demás, son más lindos y quieren ser la cara “blanca” de un sistema que devasta todos los tópicos de lo que podría llamarse una identidad europea.  Racismo de barrio en un mundo global.

Debo decir que hasta ahora el gran proyecto no se divisa. Y en el caso de Cataluña sobre todo, la gerencia del proyecto conjuga muy bien con todas las características ideológicas de las empresas políticas y económicas globales.

Cuando se quebró el proyecto nacional americano, se quebró a través de las naciones unitarias a la medida del capitalismo y del comercio inglés. En ese caso fueron las naciones a medida los verdugos de un gran proyecto federal. Los estados provincias fueron manipulados por el poder anglosajón creando estados nacionales de una medida y estructura más o menos manejable. Manejable es una palabra adecuada para todo este tema. Ciertamente las regiones europeas separatistas no están articuladas en torno a una Europa soberana, sino todo lo contrario. Y si la soberanía no tiene otro remedio desde que el mundo es mundo que poseer un poder militar, Europa se aleja entonces cada vez más de su soberanía. De hecho un ejército catalán o “Liganordista” suenan a chiste.

Cualquier separatismo que no proponga un proyecto de unas dimensiones coherentes es irrisorio. De hecho los criollos eurodescendientes de Sudamérica podemos discutir nuestro rol relativo en el proyecto continental, pero no el proyecto continental en sí.  De otro modo nos convertiríamos en pequeñas empresas al servicio de un poder global omnímodo que quizá nos utilice un tiempo a su antojo, hasta agotarnos y descartar  nuestro abyecto servilismo.

La defensa de la identidad también puede ser algo pequeño y manipulado. Si esa identidad no sirve para grandes proyectos, no tiene ningún destino más que servir al gran poder concentrado. En Sudamérica hay barrios cerrados con un puesto de control en la entrada. En Europa hay grupos separatistas. No hay mucha diferencia entre unos y otros. Quizá el PBI de cada barrio, pero nada más. Las mismas cosas que dicen unos las dicen otros. De hecho las he oído personalmente en ambos sitios. Es demasiada casualidad.

Que las calles estén limpias, el pasto cortado y el dinero de los bancos circule más, no es ciertamente el gran logro de una raza. Una raza cansada y decadente por cierto. Y embrutecida además, porque si los italianos del norte no reconocen la cultura que se desarrolló en Sicilia o los catalanes la de Castilla, no merecen ser abanderados de una estirpe a la que de ese modo demuestran no pertenecer.