Francisco Javgzo

Deshumanizar, por duro que pueda sonar el término, al enemigo ha sido de lo más común a lo largo de toda la historia de la humanidad. Deshumanizar no significa solamente adscribirle características de inferioridad al adversario o enemigo (es decir, deshumanizar a través de la subhumanización), sino también incluye la adscripción al otro de características tan deleznables y reprobables que su eliminación se torna legítima, y en muchos casos legal. La reciente incursión rusa en Ucrania so pretexto de desnazificar el territorio es un ejemplo de esta deshumanización puesto que, claro, nadie quiere ser nazi ni tener nazis cerca, así que limpiar de nazis un espacio es perfectamente legítimo luego del término de la WW2. Paradójicamente, el bando pro-OTAN acusó al gobierno ruso de tener prácticas semejantes a la del nazismo. Deshumanización versus deshumanización.

La civilización avanza de forma semejante a la legitimidad que surge para combatir la deshumanización, pero esto no es antojadizo, sino que obedece a visiones arquetípicas enraizadas en lo más profundo.

Saliendo de las economías de cazador-recolector y pastor-horticultor y entrando a la necesidad de asentarse, el pensamiento religioso del ser humano también sufre adaptaciones en lo mítico que fecundan y justifican no sólo la evolución de los modos de vida, sino también los proyectos que los hombres emprenden. Con el cambio en la economía, las culturas también mutaron en lo religioso y mitológico; así, las espiritualidades que antes estaban asociadas a la tierra, a lo materno, a lo horizontal, a lo escasamente mutable (los ciclos lunares se suceden incesantemente durante decenas de milenios), a los seres elementales, a lo primordial y lo incontrolable, pasaron a estar asociadas al cielo, a lo alto, a lo patriarcal y jerárquico. Como lo telúrico fue progresivamente desacralizado y lo espiritual fue relegándose al firmamento, se hacía necesario resacralizar la tierra.

Rome | Free Tour & Activities | SANDEMANs NEW Europe

En el cielo el ser humano encontró la inspiración, el ejemplo a replicar sobre la superficie de la tierra. Prototipos celestiales devenidos en arquetipos extraterrestres (es decir, fuera de la tierra) dirigirían desde entonces las empresas humanas. A través del relato en el que ciertas deidades celestes implementan orden sobre la masa informe, actos de ordenamiento del caos preexistente, de lo sin forma e indiferenciado, es decir, la cosmicización del caos, son traducidos como actos de Creación. De esta manera, los asentamientos pastoriles aumentaron su complejidad para transformarse en ciudades, ‘ganando’ espacio al caos de lo no cultivado, de lo desconocido y desordenado, lo que incluía también a aquellas culturas de ‘salvajes’ carentes de virtud que habitaban esos territorios.

Teniendo el arquetipo celestial del Centro como guía, la ciudad tomó un rol preponderante en la cultura, extrapolando su poder creador más allá de las fronteras de lo conocido. El imperialismo que surge a partir de la ciudad es diferente al imperialismo que surge del tribalismo: mientras uno justifica en la Creación —el establecimiento de la civilización— su poder destructor (no se puede hacer una tortilla sin romper algunos cuantos huevos… o gobiernos), el otro prácticamente no tiene mayor justificación de hacerlo porque el poder otorga el derecho. Roma se encargó de dejar una huella lo más perdurable posible en cada espacio conquistado, esto es, civilizado, dentro de los 5 millones kmde su imperio, ya fuera idioma, construcciones o sistemas jurídicos — imponiendo su cultura. Por otro lado, el imperio mongol, a punta de devastar cuanto villorio, poblado y ciudad que se encontrara a su paso, conquistó unos 24 millones km2 que se extendían desde el Lejano Oriente hasta Europa del Este. A diferencia del caso romano, los jinetes mongoles terminaron asimilándose a las culturas conquistadas, aculturizándose.

The Roman Empire vs. The Mongol Empire At Their Respective Peaks

Cada avance de la civilización es un acto de Creación. Esto no es, de alguna forma, una especie de legitimación de las atrocidades y destrucciones en la que los imperialismos, en su misión civilizatoria, incurren pero sirve, no obstante, para comprender el deseo subyacente al avance de la civilización: cada bomba arrojada, cada gobierno derrocado, cada incursión militar, cada cultura sometida a una hegemonía, cada instalación de un gobierno títere, surge como un acto de Creación, pues donde antes había caos y barbarie (es decir, cualquier forma de cultura que no reflejara los valores de los arquetipos celestiales — la civitas), ahora hay una extensión de la ciudad, el Cosmos.

Con la Cruz como símbolo de la virtud celeste que buscaba ser reflejada en la tierra y del Cosmócrator, los navegantes europeos dirigidos por Cristóbal Colón hicieron posesión del Nuevo Mundo. Esta consagración de una tierra desconocida —como una repetición arquetípica— le otorgó un nuevo nacimiento, un bautismo, a lo que se visibilizaba ante el Viejo Mundo. A diferencia de las otras empresas de navegantes europeos de culturas no civilizadas que incursionaron por América varios siglos antes que Colón, los Conquistadores estaban guiados por la expansión de la civilización. A lo ‘salvaje’ (lo que es terrestre pero está fuera de la civilización) le llegaría el Orden que mostraría el sendero hacia la civilización, primero manifestado como la Cristiandad, y luego como la Democracia y los DD.HH. 

The First Landing of Christopher Columbu - Dioscoro Teofilo de la Puebla en  reproducción impresa o copia al óleo sobre lienzo.

Para la civilización, la sola existencia del caos y la barbarie es un justificativo suficiente para el avance de la cosmicización, esos esfuerzos invertidos en poner orden donde está la desolación propia de la falta de civilización (sea Libia, Túnez, Irak, Egipto, Yemen, o el desierto que sea). Y la deshumanización siempre podrá ser empleada para la cosmicización; pero si esta cosmicización futura será americana, rusa, o china, es algo que aún está por verse.