La cultura no es la raza. Es la raza lo que le da forma a la cultura; por lo menos en los albores del tiempo.
Es que los hombres, en un comienzo, son nada más que lo que son. Sangre, huesos, carne y su entorno construyen su realidad. Solamente, con el pasar de la vida, las raíces se olvidan y la tinta con la que se sella la cultura empieza a tener mayor peso que la sangre que da forma a la estirpe.
Distante, aunque realmente no sea más que un suspiro en el tiempo, se ve en el horizonte aquel 1492, en que los primeros hijos de Netón posaron su bota en estos nuevos paños. Luego de ellos han venido muchos otros, con otros dioses, otras lenguas y otras culturas, pero herederos de la misma raza, aunque entre ellos lo negasen y lucharan a muerte.
Distante es dicha fecha, así como distante resulta, también, para muchos aquella cruz que portaban y aquellos reyes que adulaban, pero, aun así, en sus ojos encontramos nuestro reflejo.
Por las calles aun marchan Pizarro, Almagro, Ercilla, Suárez y Valdivia, al igual que marchan aquellos que, anónimos en la historia, trajeron ese líquido inmortal que recorre las venas y que nos conecta con los nuestros a un origen común, que no conoce de tiempo, cultura ni política; simplemente es o no es.
Distante es también Europa, aquella cuna de nuestra gente y donde nuestra cultura tomó forma, donde nuestros espiritualidad, natural o impuesta, se forjó, y donde nuestro héroes y mitos se fraguaron. Es que ahora somos otros, forjados por otros tormentos y vivencia, bajo otros parajes y latitudes, iluminados por distintas estrellas.
Pero, a pesar de las diferencias, todos, todos los criollos que estamos aquí, le debemos algo a los pioneros de 1492. Más que mal, ellos fueron los primeros y, los que vinimos después, llegamos acá buscando refugio y un futuro mejor en la tierra que ellos conquistaron y labraron, por la que dejaron sus lágrimas y sus restos físicos.
Sí, hoy es el Día de la Raza, el Día de la Hispanidad, pero, más importante para nosotros, el Día de los Criollos. Ese momento que marca un antes y un después, cuando un nuevo navegar de nuestra gente emprende rumbo en su intrépido espíritu errante, valiente y aventurero.