Patricio Villena

Hace cerca de una semana tuvimos una reunión para finalizar la elaboración del video referente a la charla que hace poco tiempo dio nuestro amigo Welf Herturth en Chile, con el fin de explicar lo que es el nacional anarquismo, permitiendo así aclarar varios de los prejuicios y preconcepciones que se tienen de este pensamiento que reúne dos términos para muchos oximorónicos. Más allá de poder señalarles que próximamente estará disponible de manera online  y gratuita dicho material, aquel evento no hubiese tenido mayor importancia, salvo por la charla que se dio posteriormente entre el editor del video y algunos de los miembros del CIPC.

En aquella instancia, el editor, que poco y nada sabe de nosotros, nos consultaba sobre nuestras ideas centrales y objetivos, sobre nuestros aliados y enemigos entre  otras cosas, así como también sobre temas contingentes como la inmigración negra que hoy asola a Chile. Si bien aquella persona proviene de la escuela del Nacionalsocialismo, se le dificultaba la comprensión de nuestras ideas y de nuestros puntos básicos, puesto que sus concepciones sobre ciertos términos chocaban de sopetón con la visión que nosotros, desde el comienzo de esta contienda, hemos tenido respecto de cuestiones como la concepción de la nación en Chile y la visión sobre el Estado –aún cuando nuestra visión del nación se asemeja más a la del nacionalsocialismo como ente orgánico vivo que a la del nacionalismo clásico chileno.

Él nos planteaba, en resumidas cuentas, que debida a nuestra defensa de los criollos y nuestra oposición al sistema actual, deberíamos aunar fuerzas con los grupos tercerposicionistas del país y nacionalistas clásicos.

Después de dicha propuesta y luego de la discusión que se dio en aquella instancia, creo que, para nosotros, quedó más claro aún el por qué de la imposibilidad de formar alianzas o generar vínculos con grupos nacionalistas clásicos,  mientras que él entendió qué es lo que no somos y lo qué somos.

¿Pero por qué no podemos mantener alianzas con los nacionalistas clásicos que pululan en Chile? Si bien pueden ser múltiples las causas, creo que la central es la referente a la concepción de nación que ellos tienen y la que nosotros profesamos.

Mientras ellos creen en el nacionalismos cívico que encuentra su legitimación por parte del Estado, en donde cualquier persona que reúna ciertos requisitos puede ser considerado como parte de aquella colectividad que recibe un gentilicio determinado (en este caso el de “chileno”), nosotros consideramos que la nación debe estar determinada por un origen racial o étnico común, que permita a la larga la conformación de una comunidad y no de una mera colectividad, y que toda limitante que pueda ser impuesta por el Estado o cualquier otro organismo debe estar basado en la defensa de dicho origen y los derivados de éste, no al contrario.

En el nacionalismo cívico es común que sea el mismo Estado el que mediante su propia regulación termine señalando los parámetros legales a los que se deben ceñir los sujetos para ser comprendido dentro de su etiqueta, así como también los elementos culturales que se suelen desprender de la propia regulación, como pueden ser símbolos, sistemas espirituales (en el caso chileno la fe católica), la música o gastronomía, ciertas festividades, entre otros. Por nuestro lado, creemos que aquel sentimiento de pertenencia no debe nacer de la cultura, sino que aquella cultura debe derivar del origen que dicha persona tiene.

En resumidas cuentas, mientras para los nacionalismos clásicos el cumplimiento de las disposiciones legales para establecer a los connacionales y la adopción de cierta cultura es determinante, para nosotros lo es el origen de los individuos, pasando lo cultural inclusive a segundo plano.

Mientras ellos creen en un Estado fuerte y unitario que abarque todos los aspectos de la vida, nosotros, en nuestra realidad chilena, buscamos que el Estado y su influencia nos afecten lo menos posible, así como también pensamos que el Estado de Chile debiese reconocer su pluralidad, puesto que en él conviven a lo menos tres grupos claramente diferenciables: indígenas, mestizos y criollos. Mientras nuestro nacionalismo se podría etiquetar como centrípeto (respecto a la zona del Cono Sur comprendida por Argentina, Uruguay y sur de Brasil) y centrífugo (respecto al deseo de algunos de tener nuestro propio lugar para establecernos separados de Chile), ellos, en su afán por mantener dicha unidad cimentada en base a empanadas, chicha y futbol, aplastan cualquier posible identidad residente en Chile. Lo llevan haciendo desde que el país se emancipó del imperio español.

Mientras el nacionalismo clásico chileno tiende a ser de confesión católica y muy arraigado a una cierta admiración castrense, nosotros consideramos que, si bien la espiritualidad es una cuestión importante para la formación y cohesión de un pueblo, es una cuestión personal. El catolicismo y todas las religiones que dejan arena tras su andar han sido profundamente perjudiciales para el desarrollo de Europa y de sus hijos en ultramar, coartando y cercenando el desarrollo natural de sus credos ancestrales, lo que según Jung ha generado verdaderas taras entre los hijos de Wotan (como figura arquetípica presente en todas las religiones europeas precatólicas); por el otro lado, esa fascinación que se suele tener por lo militar y las fuerzas de seguridad, para nosotros no significa nada (más allá de la importancia que le reconocemos a la función guerrera tan arraigada dentro de la raza europoide), puesto que ellos nada han hecho por nosotros y nada les debemos. Si bien la gran mayoría de los héroes y figuras de renombre militares que el país ha engendrado han sido criollas, las épicas actuaciones que ellos han ejecutado nunca han sido en pos del bienestar de su pueblo, sino que para esta falsa y estéril nación. Al final, la sangre criolla ha terminado siendo derramada por una nación que no es la propia.

Mientras el nacionalismo clásico suele tener una marcada tendencia anti marxista y anti capitalista (aún viviendo bajo los prismáticos de la Guerra Fría), para nosotros la cuestión política es algo secundario en la que más nos importan los valores y principios que de ciertas concepciones se desprenden a la receta que ciertas ideologías confieren para cocinar el mundo. Para nosotros, no existe una ideología absolutamente perversa y malvada, de cualquiera se puede rescatar algo con el fin de pavimentar el camino más adecuado a nuestras pisadas, ya que no debemos olvidar que toda ideología que hoy puede ser de nuestro agrado ha sido diseñada para otros confines y para otras personas; necesitamos algo propio, algo que responda a nuestra realidad y en ese sentido nuestro prisma político es amplio y diverso.

En fin. Las diferencias son muchas y los puntos en común escasos.

Tenemos más puntos de concordancia con movimientos que pueden ser considerados identitarios como el mapuche, rapa nui, por nombrar algunos, que con aquellos que quieren cubrir con su bandera cualquier otra realidad que no sea la institucionaliza.

Mientras que en Europa sí es posible el trabajo en conjunto entre identitarios y nacionalistas, acá no lo es ¿saben por qué? Porque allá, por señalar algún ejemplo, un identitario italiano es biológicamente tan italiano como un nacionalista que viene de Casa Pound, un identitario  húngaro es biológicamente tan húngaro como un miembro de Jobbik, un identitario francés es biológicamente tan francés como un miembro del Front National; sus discrepancias pueden ser respecto a cómo hacer las cosas, pero siempre estará en la base defender aquello que desde siglos se entiende por italiano, húngaro o francés y que tiene implícita una base étnica y racial.

Acá, a diferencia de lo que sucede en Europa, la diferencia parte desde la concepción biológica de lo que se entiende por chileno. Los grupos nacionalistas clásicos suelen partir de la base asentada por Nicolás Palacios que señala que el chileno es la mezcla entre el araucano y el español godo. Dicha concepción nosotros no la podemos aceptar, salvo en cuanto a la verdad irrefutable de que la base de Chile se encuentra conformada por aquella mezcla, pero dicha mezcla jamás podría haber formado la inexistente raza chilena. Así mismo, tampoco podemos estar con gente que no reconoce nuestra existencia y no asume la propia, porque acá en Chile, le guste a quien le guste y le pese a quien le pese, no somos todos iguales, no somos una nación. Chile debiese ser un Estado plurinacional.

Mientras ellos quieren la cruz de Dios sobre sus cabezas, nosotros la única cruz que queremos sobre nosotros es la Cruz del Sur señalándonos el rumbo.

Mientras ellos quieren más militares y más policías, nosotros queremos mayor libertad y autonomía.

Mientras ellos siguen su batalla entre la hoz y el dólar, nosotros deseamos que el criollo trace un nuevo rumbo para su carriola.

Mientras ellos cubren la heterogeneidad del país con su bandera, nosotros queremos que cada pueblo viva su identidad respondiendo a nadie más que a la sangre que corre por sus venas.

Más que mal, al final del día, cuando los sistemas jurídicos, religiones, militares e ideologías políticas pasen, mientras tras nueve meses una nueva faz alba abra sus ojos bajo la luminosidad de la Crux, nosotros seguiremos presentes, libres de aquellos accesorios culturales que con el paso de los años vamos adquiriendo.

La sangre siempre pesa más que la tinta.