Andrija CerboneschiSebastián Vera, Francisco Albanese & Patricio Villena

“Toda gran cultura ha llegado así a construirse un lenguaje secreto del sentimiento cósmico, que sólo entienden plenamente las almas que pertenecen a ella”.

Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente.

Desde hace algunos años (dos o tres), venimos trabajando y discutiendo (sobre todo esto último) sobre la creación de un concepto nuevo, fresco, que englobe una visión espiritual enraizada en las cavernas pero que apunte hacia el futuro que aún no está trazado pero que se va construyendo. Esta visión, arqueofuturista en su forma y función, debía ayudar al hombre blanco americano, habitante del Cono Sur, a reencontrarse con el mito, el misterio, y los parajes espirituales por descubrir en una era donde la negrura – el orden caótico – de la Naturaleza tiende a ser invisibilizada por la asepsia de la ciencia y el vertiginoso avance tecnológico. No buscábamos ir en contra del desarrollo científico, sino que retomar el sendero que, a través de la Evolución, ha conducido al hombre blanco desde las cavernas hasta las estrellas. Éste no ha dejado de poseer un alma fáustica, sin embargo, ha ido perdiendo su conexión transcendental con el medio y, a través de esto, a desnaturalizarse.

Guillaume Faye exponía en El Arqueofuturismo que “una corriente de pensamiento es potente si reflexiona en las cuestiones centrales e inesperadas, si anticipa. Sobre todo si su lenguaje no es dogmático”, pues bien, el desarrollo de un nuevo concepto también debe anticiparse a un futuro de un caos inevitable, y comprender que, aunque desaparezca la civilización y la cultura, mientras se mantenga el conjunto mínimo de genes que hacen que el hombre blanco sea lo que es, el alma fáustica podrá resurgir, aun cuando esté lejos del lugar de origen, y de las condiciones originales que lo forjaron.

Para dar forma a este concepto, Andrija Cerboneschi nos presentó un nuevo término que venía ideando, tomándolo como estructura flexible de pensamiento a través del cual comprender el mundo, el ser del hombre blanco que habitaba en el continente americano, desprendido ya de las taras religiosas de las oleadas inmigratorias modernas pero también habitando un lugar que no era su lugar de origen. A esta idea la denominó metapaganismo.

Primeramente, se acordó que toda idea de dioses, divinidades, etc. está tan alejada de ser comprendida por el ser humano, por un lado, y tan alejada de ser necesaria, que no vale la pena perder el tiempo con eso. Esto no se trata de tomar y dejar cosas por mero utilitarismo, sino de no deshacerse en discusiones bizantinas que, en la mayoría de los casos, conducen a la inactividad y a cortar el flujo vital de las cosas.

Concordamos, además, que todas las poblaciones indígenas del mundo, exceptuando claro, a las que no comulgan con la naturaleza, comparten ciertos elementos, y que los pueblos europeos comparten de forma más específica una batería de creencias y visiones del mundo, las que se han ido manifestando de acuerdo a los tiempos y a la madurez cultural.

De esta manera, el metapaganismo englobaría una forma/sistema agnóstico de abordar la espiritualidad, que sería la forma de desenvolverse en la naturaleza y ser parte de ella, y de comprenderla. No se quedaría en un “revival” de las formas, sino del trasfondo que tiene la ciencia en su estado más primigenio, es decir, las religiones antes de entrar a corromperse con las teogonías.

Para el caso del metapaganismo, hablaremos del prefijo ‘meta–‘ como una manera de designar que este concepto (el que exponemos aquí) va más allá de,  que transciende a, en este caso, el paganismo propiamente tal. Para ordenar nuestras ideas, decidimos traducirlas como si de un manifiesto se tratara, a través de unas, a las que denominamos, Bases Metapaganistas. Cabe destacar que esto no es definitivo, sino que un borrador de un marco sobre el cual trabajar durante el futuro.

BASES METAPAGANISTAS

El metapaganismo revitaliza la cosmovisión paleolítica pre-fetichista

Rechazamos la representación material de las fuerzas a las que consideramos sagradas y/o elementales. No se trata de una prohibición dogmática como en el caso del islam, sino que esta posición nuestra deriva del hecho de que consideramos que una personificación (en un sentido humano o animal) implicaría, principalmente, la derivación hacia una adoración de ídolos lo cual, si bien fue una constante entre las civilizaciones (es decir, en un momento histórico posterior a la revolución del Neolítico y del cambio desde sociedades cazadoras-recolectoras a comunidades más complejas dedicadas a la agricultura, lo cual, desde el punto de vista religioso y conductual, fue acompañado por la llegada de los arquetipos solares, los que reemplazaron a los lunares anteriores) europeas, trae como consecuencia resultados tan nocivos como la proliferación de fanatismos populares que no sólo están apartados de la razón, sino que se vuelven contra ella.

El metapaganismo no tiene, por lo demás, un objeto o sujeto de adoración como aquellas creencias que necesitan algo tangible ante lo cual postrarse (por lo anterior, no es deísta), ya que su elemento central se encuentra en la misma sangre y entorno geográfico del grupo particular que lo practica.

El metapaganismo es ajeno a la verdad del Dios único

En este sentido, el metapaganismo rescata la costumbre religiosa europea de admitir la existencia de una multiplicidad de divinidades, en contraposición a la prepotencia del monoteísmo universalista semita y su autoatribuido título de portador de iluminación y de verdad objetiva.

Este principio, desde la perspectiva metapagana, se plasma en el reconocimiento y el respeto a las creencias particulares de los pueblos del mundo lo cual, evidentemente, es una expresión más de la concepción multipolar del metapaganismo. 

El metapaganismo es ajeno a cualquier mesianismo

Rechazamos una teogonía consistente en una concepción lineal de la historia del mundo, o de toda interpretación de la realidad cuyo elemento central sea aquella característica. Es debido a lo anterior que el metapaganismo no concibe la idea de un momento final en la historia del mundo o de la humanidad, cuya espera da siempre lugar a abusos por parte de los líderes religiosos hacia la respectiva comunidad de creyentes mientras aquél final ocurre.

Desde otro punto de vista, el metapaganismo no deja la salvación de un pueblo en manos de ningún otro ente (sea esto un personaje o un evento histórico) más que a él mismo.

El metapaganismo es ajeno a la certeza del renacimiento: mantiene convicciones sobre el renacer, pero no sobre el mito

Respecto a lo que acontece después de la muerte, o incluso sobre la misma existencia de algo denominado “espíritu”, el metapaganismo reconoce y respeta la eventual existencia de convicciones a nivel personal (es decir, cada cual, si gusta, puede tener sus ideas al respecto), pero no admite, ni como creencia ni en relación a los individuos que la profesan, certezas absolutas (dogmas al respecto), ya que estas, de existir, serían incomprensibles o, en cualquier caso, imposibles de ser conocidas por nosotros.

El metapaganismo sólo reconoce certeza en la sangre y en el suelo que habita. Esta sangre y este suelo se manifiestan directamente en la divinidad elemental del planeta

El metapaganismo reconoce la posibilidad y libertad de las personas para tener convicciones (personales, valga la redundancia) en ciertos ámbitos de la vida que queden en su estricta esfera personal como, por ejemplo, las ideas sobre la vida y la muerte, como se explicó en el punto anterior. Sin embargo, el metapaganismo sí reconoce dos certezas innegables: la sangre y el suelo, porque realizando un examen objetivo de la realidad que nos rodea, la sangre y el suelo son aspectos elementales en el individuo y, por tanto, de la comunidad de la que forma parte. De esta forma, estos dos elementos quedan fuera de la elección individual porque son parte de la misma Naturaleza y, por tanto, constituyen el sustrato básico de todo el sistema de creencias metapaganas.

Este complemento sangre-suelo se expresa en diversas formas alrededor del mundo. Así, a distinta sangre y distinto suelo, distinta manifestación de lo anterior, y esta misma variedad o multipolaridad de manifestaciones de la interacción entre sangre y suelo es lo que constituye lo divino o la gracia esencial del planeta en que habitamos.

El meta paganismo reconoce el calendario solar, y respeta las fechas que conciernen a su hemisferio

Históricamente, las festividades paganas de todo pueblo se han basado en acontecimientos naturales, principalmente estaciones del año marcadas por el ciclo solar, lo cual redundada en todos los aspectos de su vida diaria, partiendo por las etapas de cultivo hasta el número de horas al día que tenían para desarrollar su actividades de supervivencia diaria. Esa vinculación vital y esencial del hombre con la Naturaleza es la que intenta rescatar el metapaganismo y, para que esto tenga un verdadero significado en relación a la tierra en que vivimos, celebraremos las fechas correspondientes a las estaciones del año en relación al ciclo solar de acuerdo a las fechas en que esto ocurre en nuestro continente americano (más específicamente, en el hemisferio sur), en vez de trasplantar artificialmente las fechas en que estos eventos ocurren en Europa. Queremos que el hombre criollo y la mujer criolla, es decir, los hombres blancos regidos por la Cruz del Sur, comiencen a vivir dentro de su propia realidad esa vinculación con la Naturaleza propia de los pueblos europeos indígenas de antaño.

El metapaganismo respeta y se representa en las cosmovisiones ancestrales que edificaron la lengua de los pájaros

[Explicación del enunciado: Las runas son la transcripción gráfica de lo expresado por los skaldar (denominación que recibían los poetas y trovadores en la antigua Escandinavia). En las leyendas que surgían alrededor de ellos, se decía que hablaban la lengua de los pájaros.]

El metapaganismo respeta y apoya a las cosmovisiones o sistemas de creencias ancestrales (o sea, verdaderamente propias) de cada cultura alrededor del mundo, lo cual denota un rechazo a un mundo unipolar y unicultural.
Considerando también que, si bien los seres humanos somos diferentes en cuanto a Identidad, la especie humana tiene entre si códigos similares, los que debemos tender a entrelazar. En otras palabras, al tener toda cultura del mundo ciertos códigos, los cuales son a su vez similares (en el sentido de que tienen igual valor, no siendo alguno superior a otro en ninguna forma, sino sólo diferentes), se descarta cualquier comparación y evaluación jerárquica entre Identidades distintas. Por lo tanto, el metapaganismo desea que cada cultura del mundo sea libre para existir y perpetuarse de acuerdo a sus cosmovisiones ancestrales, aun cuando estas sean distintas entre si.

El metapaganismo adhiere a un racialismo representado en la realidad racial, no es supremacista, y aboga por una revisión constante de la historia racial

Las clasificaciones y subclasificaciones dadas por la antropología física deben renovarse en base a los nuevos descubrimientos científicos que vayan apareciendo al respecto. El racialismo sostenido por el metapaganismo se basa en datos científicos y no en factores estéticos o incluso místicos.

El metapaganismo confía en la ciencia que convive mancomunadamente con la naturaleza

Actualmente, el mundo está fuera de equilibrio en relación a la tecnología. El desarrollo industrial a gran escala, junto con todo lo que ello implica, ha logrado que los seres humanos lleven vidas frívolas y completamente aisladas de la Naturaleza y ajenos a la consciencia de pertenecer a grupos humanos, salvo que estos sean de aquellas modas derivadas del mismo avance tecnológico que dio paso al Sistema.
Por el contrario, el metapaganismo cree que la tecnología debe hacer más cómodas las vidas de las personas, además de ayudar a realizar tareas necesarias para el bienestar de la comunidad, existiendo un equilibrio entre la tecnología y la Naturaleza, es decir, un equilibrio entre la civilización y un sistema que permita a las personas convivir en armonía con su entorno natural, además de poder llevar vidas activas y heroicas.

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“Eso que un hombre religioso cree sobre Dios no es sino un estado que él mismo podría alcanzar, si sólo pudiera creer en sí mismo. Pero obtusamente coloca obstáculos sobre los cuales no puede saltar. Crea una imagen de adoración, en vez de transformarse él mismo en ella. Si quieres rezar, reza a tu Yo invisible: es el único Dios que puede contestar tus plegarias”.

Gustav Meyrink