Cierto sector del identitarismo europeo más cercano al liberalismo clásico se esfuerza en demostrar constantemente que no es islamofóbo (en respuesta a las acusaciones de los sectores musulmanes, progresistas y otros derivados de izquierda), lucha inútil, entendiendo que, desde su mirada, el ser humano es libre de pensar lo que quiera. Sin embargo, su islamofobia sí es evidente, lo que aumenta el peligro de la autodestrucción cultural. No hay que disculparse, pero sí hay que estar conscientes de los peligros que conlleva el dejarse llevar por las reacciones alérgicas.
Personalmente, no podría considerarme un islamófobo. Islamófobo sería si anhelara que se concrete una cruzada global contra el Islam para hacerlo desaparecer, como unos cuantos sueñan y hasta lo exigen. Yo soy algo más discreto: para mí, no es ningún inconveniente que el Islam prolifere, junto a sus reglas arcaicas, en países fuera de la órbita europea y de las zonas blancas de América. Como no creo que la civilización occidental sea algo global, común y de cualquiera (porque no soy ni universalista ni igualitarista), tampoco aspiro a que todos los seres humanos en este planeta se acojan a nuestro modo de ver el mundo. Si otros países deciden adoptar el Islam, realmente no es mi problema, ni de ninguno de los que aquí se congrega. Si otros creen que un sistema medieval les viene bien para ordenar sus asuntos, supongo que están en su derecho a hacer su voluntad, a pesar de que ello signifique esconder el rostro de sus mujeres y no poder consumir ciertos alimentos.
Siento antipatía por el Islam, encuentro desagradable su presencia dentro de nuestras fronteras, de la misma manera que siento antipatía por otros credos y religiones foráneos, que no fueron ideados ni por europeos ni para europeos. No obstante, no podría manifestar mi antipatía por una religión al mismo tiempo que hago la vista gorda a otros factores negativos que son más importantes y significativos que la presencia o ausencia del Islam.
La islamofobia es reaccionaria y, por lo general, la reacción nunca ataca al problema, sino a sus consecuencias. En este caso, el problema real sería el influjo de credos no europeos en el suelo europeo y también su adopción por parte de europeos (sin olvidar a los no europeos con confesiones no europeas al interior de las fronteras de Europa), donde la entrada y presencia del Islam sería la consecuencia de lo anterior. El problema del influjo está íntimamente relacionado con un factor altamente peligroso, el cual es invisibilizado por la islamofobia, la que ataca meramente a la manifestación visible y cultural: pensar que el Islam es el problema y que quitando al Islam de la ecuación se acaba el conflicto, es ignorar el hecho que el Islam no surgió por generación espontánea, sino que es fruto de una evolución de siglos de un grupo en particular. En medicina, esto sería un error (falso negativo), ya que, luego de un diagnóstico, al no detectarse la presencia de Islam, se presume que el problema ya se acabó.
El Islam no se originó al azar, sino que en un determinado punto del globo, de la mano de un determinado pueblo. Esta manifestación cultural es semejante a la relación del fenotipo con el genotipo: el primero es una manifestación del segundo, puesto que del total de genes que porta un organismo, algunos de éstos se expresan en lo que podemos ver (la apariencia). Comprendiendo esto, debemos comprender también que el mismo material genético-étnico que produjo el Islam (y todos sus derivados) puede producir algo semejante.
Un partidario de la política de puertas abiertas puede perfectamente ser islamófobo pues, para él, sólo es prioritario que el ser humano cambie su código de conducta y se adapte a los cánones europeos. Si el individuo deja el islam atrás, es recibido con los brazos abiertos por los partidarios de estas políticas, siendo activistas y promotores, entonces, del Gran Reemplazo: siendo igualitaristas, no les importa si el pueblo que dio origen a tales cánones desaparece mientras dichos cánones se mantengan, algo aún más peligroso que la entrada de “refugiados” con odiosas conductas no europeas. Un “refugiado” que no abandone sus conductas originales provocará rechazo dentro de la población europea nativa, desincentivando así la mezcla con estas poblaciones inmigrantes. Sin embargo, si estos “refugiados” abandonan sus conductas y adoptan valores europeos, occidentales y primermundistas, las masas inconscientes de los daños derivados del suicidio étnico y el reemplazo de la población nativa quedan desprotegidas debido a que no se logra detectar ningún indicador que haga evidente las diferencias entre las poblaciones inmigrantes y las poblaciones nativas.
Tal como una alergia, debe atacarse el influjo de agentes alérgenos, pues aunque se calmen estos agentes no existe la garantía que el sarpullido vaya a desaparecer para siempre.
Entrada original: http://lagaceta.eu/el-peligro-subyacente-en-la-islamofobia