Cuando se habla de la militancia o del “ser militante”, se suele entender por ella a las personas que defienden cierta ideología. A consecuencia de la propia definición del término “militante”, señalada con anterioridad, referente a la defensa de cierta idea, surge, necesariamente, la obligación para el militante de forjarse en su idea, trabajar por su idea, luchar por su idea, y estar dispuesto a realizar ciertos sacrificios por ella; inclusive aquellos más gravosos, como puede ser entregar la vida o la libertad, cuando el contexto y las necesidades del mismo así lo ameriten.
Por otro lado, cuando nos referimos a pancriollismo, nos encontramos con la conjunción de dos expresiones de la lengua romance – pan y criollo – que al ser interrelacionadas generan un concepto nuevo. Es así que de la unión del prefijo pan (totalidad) con el término criollo (europeos nacidos y desarrollados en el suelo americano), obtenemos la idea pertinente a la unidad de todos los criollos.
Pero, ¿qué se quiere decir cuando se hace mención a la “unidad de todos los criollos”? Debemos necesariamente comenzar señalando que no nos referimos a la unidad física de todos los criollos que habitan el continente americano en un punto determinado de éste, ya sea por su improcedencia práctica o porque el propio desarrollo dentro de las fronteras que fijaron los estados liberales tras la emancipación del imperio ha generado realidades disímiles entre nosotros mismos. La unidad de los criollos apunta más bien al reconocimiento racial como tales (i.e., criollos) y, por tanto, a una unidad de identificación étnica y de destino como colectividad, a un deseo y deber de preservar la identidad legada por nuestros antepasados, potenciarla con nuestro trabajo en el presente y engrandecerla con miras al futuro hacia donde, como comunidad, decidamos llegar.
Es bajo esta lógica – la unidad de todos los criollos, en el plano señalado con anterioridad – que nace la concepción del militante pancriollista, debiendo entenderse por tal a aquel criollo que mantiene un rol activo para con su comunidad, mediante la ejecución de diferentes tareas tendientes al fortalecimiento, desarrollo y evolución natural de los intereses étnicos orgánicos de su Pueblo.
Para aquél que decide servir a su comunidad, nuestra situación actual se transforma en un campo de acción difícil de abordar, toda vez que recién, tras siglos de haber cortado las cadenas que sujetaban nuestro destino a Europa y a los fines imperialistas de algunos de sus países (España y Portugal en el caso nuestro), hemos comenzado a dar nuestros primeros pasos como comunidad racial hacia el reconocimiento y aceptación real de nuestra identidad, y, así mismo, a comenzar a dar la batalla, en el campo de las ideas y de las acciones fuera del papel, con el fin de darle forma a lo que implica ser criollo en el siglo XXI, alejándonos así del más restrictivo término criollo utilizado durante la época de la conquista que se reducía sencillamente a ser un “europeo nacido en suelo americano”.
Hay mucho, demasiado, por hacer y deshacer para conseguir esta tan ambiciosa meta. Por lo que tomar las riendas de la acción se constituye en un deber ético y moral en todo aquel que se asume como criollo, así como implica una tarea mucho más compleja de abordar debido al abanico de posibilidades que implica el deambular por un camino casi virgen, pero lleno de obstáculos materializados en pre concepciones generadas para otras latitudes y otros tiempos que, al venir muchas veces incrustadas en nuestro acervo cultural, se transforman en verdaderas plomadas que enlentecen el avanzar.
En nuestros tiempos, el ser criollo no debe implicar solamente el ser hombres y mujeres alejados de la cuna de sus ancestros, que por azares de la vida les ha tocado nacer acá en América; no debe condensar una mera cuestión geográfica. En nosotros, los herederos de todos aquéllos que cruzaron el gran charco buscando una mejor vida en un lejano confín del mundo, ha nacido el profundo deseo de dejar de ser sencillamente eso. Ya sabemos y tenemos claridad, por lo menos aquéllos que han tomado la decisión de mirarse en el espejo y de aceptarse tal cual son, respecto a que físicamente somos distintos a los indígenas, afrodescendientes, mestizos o cualquier otro habitante de América, así como, también, ya comprendemos que desde hace tiempo dejamos de ser europeos debido a que hemos desarrollado nuestras vidas en un territorio diferente, labrando su tierra, levantando sus ciudades, fortalecido su cultura, derramado nuestra sangre y tinta, y enterrando a nuestros muertos en su suelo, pero ¿qué más implica ser Criollo? ¿Cuáles son nuestros valores y principios? ¿Cuál deseamos que sea nuestro futuro? ¿Cuáles son nuestras metas y nuestros objetivos? ¿Cuál es la labor que cada criollo consciente debe realizar por su Pueblo? Es aquí donde la militancia, como activismo y no como la simple suscripción a determinada concepción, cobra relevancia.
Nos encontramos en una etapa de construcción del ser criollo, de llenar esta cáscara que la genética, la geografía y la historia nos han otorgado. Nos encontramos en un proceso en el cual intentamos que todo aquello que se siente en las entrañas, que no deja de ser un simple sentir por más potente que sea, se cuaje para adquirir mayor consistencia y forma, con tal de que llegado el momento, cuando cualquier personas nos vea, pueda decir “Ah, él es criollo”, “eso es criollo”, como sucede con ciertos pueblos que tras siglos de evolución han logrado generar ciertas características, más allá de las físicas, que los hacen reconocibles en otros puntos lejanos a su tierra: es el caso de la puntualidad suiza, de la alegría italiana, la templanza nipona, por nombrar tan sólo algunos ejemplos. Buscamos que la figura del criollo surja de entre la bruma con que lo ha revestido la lingüística y la cultura posterior a la independencia sudamericana.
Hemos heredado una arquitectura antigua, hemos heredado una manera de hacer arte, hemos heredado una visión de mundo ¿pero queremos que realizar un calco de esta herencia o sólo los deseamos como punto de partida, como recuerdos del legado conferido por aquellos antepasados que ya no se encuentran entre nosotros? Es para dar respuesta al sinfín de interrogantes que cruzan por nuestra mente que es necesario contar con la militancia activa de todos aquellos que se reconocen como criollos, con la finalidad de ir dándole forma a aquello que consideramos y consideraremos como parte de nuestro fuero más íntimo; para señalar aquello a estimar como propio y aquello que señalaremos como ajeno, respecto a lo que deseamos para nuestro futuro y aquello que por nada del mundo queremos para él.
Tenemos la ventaja de ser un Pueblo joven, en pañales, imberbe, con la oportunidad de escribir su historia y planificar su futuro, a su gusto, a su manera, sin cometer los errores de sus antepasados, conscientes de aquellos factores a los que se le ha negado su importancia (como son los étnicos) y aquellos que han sido sobrevaluados (como el dinero). Somos, prácticamente, una hoja en blanco esperando la llegada de la pluma que la vestirá con oscura loriga. Pero, para que aquello ocurra, necesitamos participación y voluntad de sacrificio.