Francisco Javgzo

La Izquierda ha cambiado y es un hecho que hay que aceptar. Y aceptarlo de una vez por todas.

El anticomunismo ha sido, desde sus inicios, una postura antes que una ideología, pues no involucra un gran sistema de pensamiento el ponerse en contra de una idea, es más: apela a lo visceral y, sobre todo, a una escasa capacidad analítica respecto de la realidad.

Generalmente, el anticomunismo surge y se multiplica en las masas vernáculas, de manera independiente a su condición de clase o status socioeconómico, debido a cierto recelo irracional (miedo) frente a características que ha exhibido el comunismo durante su aplicación, tales como la expropiación. El miedo irracional a la usurpación de algo, propio de animales donde la interacción específica de la competencia es algo absolutamente normal y común, provoca que animales como el ser humano reaccionen de manera instintiva — es decir, más allá de la razón — ante la amenaza de que les quiten algún bien que valoren. Debido a este motivo irracional primordial es que no es necesario pensar o tener capacidad consciente excepcional alguna para ser anticomunista: basta con poseer un cerebro límbico que funcione medianamente bien; y por este motivo también es que las filas anticomunistas históricamente no han estado pobladas (en su mayoría) de los elementos más pensantes.

Reacción instintiva.

El mundo ha cambiado, y la Izquierda, inteligentemente debido a su necesidad imperiosa de adaptarse a las condiciones del contexto temporal y espacial, también ha cambiado. Sin temor a ser acusada de inconsecuente, ha modificado sus medios para poder sobrevivir, puesto que en el Valiente Nuevo Mundo, sus opciones de permanecer se veían notablemente disminuidas si mantenían el discurso y los mecanismos con los que trabajaban en el siglo XX. En su evolución, no ha temido a acusar y perseguir a las vías de la Vieja Izquierda (a pesar de que pueda considerarse, de alguna manera, su heredera) aunque sin negar su existencia. No se desgasta en crear revisionismos para limpiar su imagen, y definitivamente la militarización no es parte de su agenda.

La Nueva Izquierda no siente necesidad alguna de expiar los pecados de la Vieja Izquierda, ni lavar sus crímenes ni tampoco pierde su tiempo en hablar de ellos, sino que sencillamente mira hacia el presente y futuro, se apega a sus principios y supera las formas pues comprende perfectamente que la consecuencia no se mide en torno al apego de los métodos, sino a la concreción de los objetivos, y con vista a eso es que la Izquierda se ha posicionado. En esta vía dolorosa, el comunismo ha sido dejado de lado, o ha sido conservado sin mantener sus adornos, por lo que la reivindicación de un pasado soviético, totalitario y autoritario es algo prácticamente inexistente en la Nueva Izquierda.

Propaganda que no es en absoluto ofensiva para la Nueva Izquierda.

La Vieja Derecha (o «Tercera Posición») y el Anticomunismo comenten frecuentemente un error conceptual y de contextualización, primeramente igualando a toda la Izquierda con el comunismo (algo absurdo, ideológicamente hablando), y atacando a la Nueva Izquierda con argumentos que apuntan a la Vieja Izquierda. De esta forma, todas las denuncias por los millones de muertos que han resultado como consecuencia de la aplicación histórica del Comunismo son respondidas con indiferencia por parte de la Nueva Izquierda, ya que ésta, liberal y antitotalitaria, poco y nada ganará reivindicando formas que sólo obstaculizarán la conquista de sus objetivos.

De manera similar al discurso anacrónico de las facciones izquierdistas más radicales (que llaman a combatir al Fascismo, ideología que desapareció durante la primera mitad de los años 40s), la llamada a combatir al Comunismo sufre de una anacronía penosa e incluso insultante, donde la propia capacidad intelectual de quien llama a la lucha es puesta en duda. Objetivamente hablando, las probabilidades del surgimiento de una nueva Unión Soviética son tan bajas como las probabilidades del surgimiento de un IV Reich, ya que sencillamente el mundo cambió y dichas formas quedaron relegadas al pasado.

La Nueva Izquierda no tiene interés en crear nuevos Gulags ni uniformar la vestimenta de la población, pues sus esfuerzos están volcados a la conquista de las mentes. Hoy por hoy, el uso de vestimentas con la efigie del Che Guevara no conducirá a que la juventud se levante en armas, y tampoco es interés de la Izquierda que esto ocurra, pues si la juventud logra reflejar determinados valores que creen un caldo de cultivo para la concreción de los intereses que persigue la Izquierda, entonces la funcionalidad de la juventud estará probada. Además, no sólo la vestimenta con la efigie del Che Guevara es un reflejo del avance en la conquista de los objetivos de la Nueva Izquierda, sino también todo tipo de vestimenta elaborada a partir de la conjugación entre el Capitalismo y la explotación del Tercer Mundo.

Con enemigos que en el siglo XXI todavía no perciben las diferencias entre lo viejo y lo nuevo, no es de extrañar el avance seguro y firme hacia el triunfo total de la Nueva Izquierda. Mientras se continúe «luchando» contra el enemigo del pasado, el enemigo del presente seguirá su marcha hacia el futuro, al dejar que los enemigos anquilosados en el pasado pierdan su tiempo luchando contra fantasmas de otras épocas.