Francisco Javgzo

El Bosque de Karadima (2015, 100 min.), es una película que ha sido bastante esperada por el público, tanto por ser una producción del nuevo cine chileno (para marcar diferencia con los bodrios politizados que nadie comprendía, típicos del cine chileno del siglo XX) como por su delicada temática, tan en boga mediáticamente hablando.

El Bosque de Karadima narra la tórrida historia entre Thomas Leyton (interpretado por Pedro Campos y Benjamín Vicuña), un joven estudiante de medicina, y el sacerdote católico de la parroquia de El Bosque, Fernando Karadima (interpretado por Luis Gnecco), la que empezó durante los años 80, en pleno Régimen Militar (algo que, sin embargo, sólo es tocado de manera tangencial durante la película, marcando una diferencia con otras películas chilenas). Los acontecimientos están nucleados en torno a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de la comuna de Providencia, frecuentada asiduamente por la clase socioeconómica alta. Este detalle es importante, puesto que esta posición es la que permite a dicha parroquia y especialmente a Karadima tener los medios económicos para permitirse ciertas regalías (viajes por el mundo, casas para sus familiares).

Fernando Karadima — «El Santito» — es retratado como una persona manipuladora, carismática, detentando un enorme poder sobre los jóvenes pertenecientes a la clase alta chilena. Probablemente, la posición de éstos es la que los hace vulnerables a los «encantos» del sacerdote: sumidos en un ambiente de lujos y comodidades, su constante búsqueda de una vía espiritual que llene el vacío que no pueden llenar los senderos del mundo los empuja a un abismo más semejante al infierno que temen que al cielo que anhelan. Aprovechando cierta relación nominal con el sacerdote jesuita Alberto Hurtado, Karadima se acerca a los jóvenes y se faculta de poder nombrándose a sí mismo como su padre espiritual, abrumando con su seguridad personal a jóvenes inseguros de sí mismos y débiles de mente.

Karadima domina a Thomas mediante la culpa, y aunque el último es adulto cuando conoce al sacerdote, su castración mental provocada por Karadima — aprovechándose de los temores de Thomas respecto de la masturbación como acto pecaminoso y del orgasmo como un catalizador para vaciar su ser y hacerlo sentir despreciable — lo deja indefenso y susceptible a los deseos de Karadima, extorsionándolo al instalar en la mente de Thomas la vocación sacerdotal, la que queda como una pesada cruz en su espalda. Leyton siente el temor de no cumplir con «su casa» (como ha denominado a la parroquia que lo acogió), y sobre todo siente el temor de fallarle a su padre espiritual. Las tocaciones y el abuso de poder (manifestado como abuso sexual) ejercidos por Karadima son expiadas mediante la confesión, que se vuelve una herramienta de confidencialidad y silencio, creando un círculo vicioso del que Thomas no puede salir: el abuso sexual (interpretado por la mente de Thomas como un acto provocado por su propia naturaleza pecadora) conduce a la confesión, la que expurga el pecado y deja devuelve la inocencia al abusado, para caer nuevamente en el abuso/pecado y posterior limpieza espiritual.

Aunque anteriormente (en otros artículos) no he sido muy discreto en demostrar mi antipatía por el Cristianismo y, en general, por todas las religiones provenientes del desierto, trato de ser lo más objetivo posible cuando me ha tocado analizar asuntos que respectan a dicha religión. Sin embargo, en el Caso Karadima se entremezcla peligrosamente lo mejor como lo peor del Cristianismo, creando así una peligrosa mezcolanza capaz de destruir al ser humano y volverlo una concha vacía. Apegándose solamente a lo mostrado en la película, Karadima es mostrado como una persona con preferencias efebofílicas antes que pedofílicas, abordando a jóvenes mayores de 18 años. El talón de Aquiles para penetrar en la mente de los jóvenes es la culpabilidad relacionada con la sexualidad (y en especial el autoerotismo y la masturbación), que sería un punto débil ajeno pero impuesto: en jóvenes eurodescendientes la sexualidad y el cuerpo son abordados de forma mucho más natural y exentos de culpas antisomáticas, pero cuando las mentes de estos jóvenes son llenadas de prejuicios judaicos respecto de sus cuerpos y de su propia sexualidad (vías inmundas, vías del Demonio), la contradicción entre cuerpo y mente termina por destruirlos y debilitar sus autoestimas, situación que es aprovechada por Karadima para llenar ese espacio con su propia persona, manipulándolos como títeres sin alma.

Avanzado ya en edad, Thomas conoce a una mujer, con la cual trata de satisfacer sus impulsos naturales, algo que se vuelve traumático e insatisfactorio debido a su atormentada sexualidad asociada al abuso y a una homosexualidad involuntaria. Cuando Karadima percibe que Thomas abandonará eventualmente la vocación sacerdotal («los zapatitos»), se infiltra en su relación, se nombra guía espiritual de su pareja, y expulsa a Thomas del seminario, y lo obliga a casarse. De esta manera, a pesar de que Thomas hubiera podido tomar tales decisiones a la larga, Karadima confirma posición de poder a través de su rol de amo indiscutible de la vida de Thomas. El matrimonio, al ser guiado espiritualmente por Karadima, no guarda secretos con éste, a pesar de que entre sí existen secretos entre la pareja: es Karadima quien decide qué temas se conversan o no se conversan en el matrimonio. Por supuesto, la esposa de Thomas no sabe de la relación de abuso entre Karadima y su esposo, y el sacerdote aprovecha esto para seguir abusando de la concha vacía en cuerpo de adulto.

Si la sexualidad fue la trampa para encerrar a Thomas en un abismo que estaba destruyendo su ser, es también la sexualidad manifiesta la que le da el impulso necesario para salir de la cloaca de la culpa y el abuso: cuando el hijo de Thomas (resultado de una unión sexual, la misma sexualidad que era tildada de pecaminosa por «El Santito») es perdido de vista por éste, mientras su esposa se estaba confesando, hace reaccionar a Thomas ante el enorme peligro que acecha al infante. Desesperado lo busca, y hace comenzar en él una catálisis interna que deriva en su salida del infierno y posterior denuncia del sacerdote.


Si bien toda la trama de abuso retratada es de responsabilidad humana y no de la religión cristiana en sí, también hay que reconocer que dicho abuso fue mayormente facilitado gracias a la concepción cristiana, pues en su condena a los impulsos naturales y en la culpabilidad por estos impulsos se formó un perfecto caldo de cultivo para la fragmentación de las dimensiones espirituales, anímicas y corpóreas del hombre europeo cuya mente fue llenada de ideas ajenas a su ethos, favoreciendo la autonegación y el autocastigo propios de otras mentalidades y otros contextos étnicos.

El aspecto mesiánico, revelado, juega un papel fundamental en el carácter sectario que impregna la viciosa telaraña que envuelve a los jóvenes víctimas de esas situaciones, pues esta particularidad es la que abre la trampa a personas carentes de elementos más profundos y básicos que el dinero y las comodidades, al ofrecerles una vía de escape con la cual pueden llenar sus vidas de significado, ignorando que no siempre lo que se ve en la primera impresión es lo que parece.

«In Cauda Semper Stat Venenum».