Introducción:

El siguiente ensayo tiene por objeto presentar al público el origen y contenido del Marxismo cultural, concepto clave para la comprensión de la cosmovisión que subyace al actual Sistema, y que por alguna razón, se encuentra ausente en el actual discurso crítico de los actuales movimientos de Chile; incluso, este concepto es desconocido entre aquellos que se consideran los más radicales opositores al Sistema, lo cual no deja de llamar la atención sobre la superficialidad con que hoy en día se procede a comprender uno de nuestros más graves problemas como Civilización.

Ha sido necesario incluir suficientes datos históricos para explicar, de la forma más elocuente posible, el conjunto de hechos que fueron causa y efecto en el proceso de desarrollo del Marxismo cultural.

Está entre mis expectativas contribuir con este ensayo a una más amplia y efectiva toma de conciencia, sobre lo arraigado que entre nosotros se encuentra un disimulado Sistema totalitario que, construido sobre la manipulación del lenguaje y el condicionamiento de los sentimientos, se yergue con una solidez que atemoriza, desmotiva y desespera, pero que a su vez significa una atractivo desafío para el espíritu revolucionario de los nuestros.

1-Primera Guerra Mundial y los errores del Marxismo clásico.

Si bien las primeras manifestaciones sociales evidentes del Marxismo cultural se apreciaron en Estados Unidos durante la década de 1960, su origen es anterior, y se remonta a los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial.

La teoría marxista predijo que si una guerra surgiese en Europa, la clase trabajadora de cada país europeo se alzaría en una revuelta bolchevique. En ella, los proletarios de toda Europa se unirían en torno a sus supuestos vínculos de clase. Pero la teoría resultó equivocada, ya que cuando la Primera Guerra Mundial comenzó en 1914, la lealtad de los trabajadores hacia sus países resultó ser más fuerte que su así llamada, “conciencia de clases”. No hubo mayor resistencia por parte de los trabajadores a la hora de marchar a la guerra, ni siquiera en Alemania, país al cual Marx atribuía un alto potencial revolucionario por reunir las condiciones necesarias para llevar a la práctica las teorías por él propuestas. En efecto, el Partido Social Demócrata de Alemania (de clara tendencia marxista) brindó un considerable apoyo en las votaciones por las cuales se decidió la intervención militar alemana, contexto en el cual el Kaiser Guillermo II pronunció su célebre frase: “No reconozco más partidos, sólo reconozco alemanes”. Todo lo cual escapaba claramente a las expectativas iniciales del Marxismo clásico.

En 1917, un violento levantamiento marxista logró llevarse a cabo en Rusia, en el episodio que hoy se conoce como la “Revolución Rusa”. Y si bien este hecho brindó esperanzas a los marxistas de la época en torno a la efectiva realización de sus teorías, la tan esperada “revolución” estaba desarrollándose en un Estado de escaso desarrollo industrial, y por tanto, carente de una de las principales condiciones que según Marx eran fundamentales para concreción de sus ideas. Otro error del Marxismo clásico.

Pero aún cuando la esperada “revolución” marxista había ya comenzado su desarrollo, ésta falló en su intento de expansión hacia Europa Occidental. Cuando la “revolución” intentó expandirse hacia otras naciones (como ocurrió con la República Popular de Hungría, el levamiento de la Liga Espartaquista en Berlín, o la República Soviética de Baviera), los obreros no brindaron apoyo. Nuevamente se contradecía la teoría marxista clásica.

Por aquel entonces, la Internacional Comunista (Comintern) no comprendía las causas del fracaso marxista, y empezó varias operaciones para determinar cuáles habían sido los fallos y por qué surgieron errores en una planificación tan “perfecta”. Fue entonces cuando hicieron frente a la incómoda pregunta: “¿Qué estamos haciendo mal?”. Antonio Gramsci (1891-1937) en Italia y György Lukács (1885-1971) en Hungría, creyeron tener la respuesta.

2- Al rescate del Marxismo: la visión de Gramsci.

Antonio Gramsci.

Durante sus últimos años de vida en las cárceles de la Italia fascista, el comunista italiano, Antonio Gramsci, escribió una serie de análisis ideológicos y doctrinarios marxistas que posteriormente serían mundialmente conocidos como los “Cuadernos de la Cárcel”.

Frente a los reveses sufridos por la teoría marxista al no cumplirse sus predicciones, Gramsci realiza una suerte de revisionismo a partir los postulados originales del Marxismo clásico, y elabora una serie transformaciones con fines principalmente tácticos. A diferencia de la noción marxista original, para Gramsci el sistema de convicciones, tradiciones y costumbres sociales vigentes (superestructura) no serían consecuencia de las relaciones de producción y de la economía (estructura), sino que al contrario, invierte la relación afirmando que ésta es consecuencia de aquella. Es por esto que para establecer un régimen marxista de forma permanente,  Gramsci requería primero alterar la «superestructura« de la sociedad; a este cambio le dio el nombre de revolución cultural.

Otra conclusión de Gramsci fue el rechazo a la realización de la revolución marxista por la vía armada, ya que según él mismo, ella resultaba inviable. Gramsci fue testigo en Rusia de que la “revolución” estaba siendo llevada a cabo mediante el terror, lo cual no daba garantía de resultados permanentes. Es por eso que, en lugar de la violencia, propone la manipulación mental de la población a través de la infiltración en la educación y medios de comunicación, proceso que si bien sería bastante más extenso, generaría resultados más efectivos. En palabras de Gramsci:

«Si la revolución brota de un hecho violento o de una ocupación militar, siempre será superficial y precaria, y se mantendrá asimismo en un estado violento. El hombre no es una unidad que se yuxtapone a otras para convivir, sino un conjunto de interrelaciones activas y conscientes. Todo hombre vive inmerso en una cultura que es organización mental, disciplina del yo interior y conquista de una superior conciencia a través de una autocrítica, que será motor del cambio. La vida humana es un entramado de convicciones, sentimientos, emociones e ideas; es decir, creación histórica y no naturaleza».

Fueron éstas algunas de las ideas que permitieron a Gramsci ofrecer una respuesta frente a la interrogante que se generó en torno a la viabilidad práctica del Marxismo en el escenario posterior a la Primera Guerra Mundial. Así, sostuvo que los trabajadores de Europa no cumplieron su papel revolucionario marxista ya que, en lugar de disponerse a la unión y levantamiento proletario internacional, se alistaron en sus respectivos ejércitos nacionales. La razón de este proceder radicaba en la existencia de sentimientos e ideas fuertemente arraigados en la mente de los trabajadores, que los alejaban de la “conciencia de clases” marxista. Estos sentimientos e ideas se encontraban presente en los trabajadores tras haberles sido heredados por la cultura Occidental (superestructura). Por lo tanto, para que los trabajadores llevasen a cabo una revolución marxista y la consiguiente destrucción del Capitalismo, era indispensable que previamente la Cultura Occidental fuese destruida.

Por lo tanto, la nueva misión marxista (ahora gramsciana), consistirá en llevar a cabo una infiltración en la cultura Occidental para transformarla en otra, de tipo materialista, al margen de toda idea de Dios y valores trascendentes. Para ello será necesario el control de los medios de comunicación, editoriales, arte y  universidades; básicamente todos los centros de emanación de Cultura.

La principal arma de este proceso sería la lingüística. Con ella se intervendría en el lenguaje coloquial, alterando el original sentido de las palabras y sus consiguientes connotaciones emocionales, hasta generar en las personas una actitud espiritual diferente. Siguiendo la lógica gramsciana, al intervenir en los valores se afecta el pensamiento, y así, se da lugar a una nueva cultura (que desde luego, deberá romper con la Cultura Occidental).

3.- Lukács: Aportes y praxis para el nuevo Marxismo.

György Lukács

György Lukács, fue un filósofo judío-húngaro considerado el más brillante teórico marxista desde el mismo Marx. Encabezó la Internacional Comunista durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, que como ya se indicó, se avocó al estudio de las razones que impedían el éxito de la revolución marxista. Fue reconocido por sostener una idea que le obsesionaba, que difundió tras unirse al Partido Comunista, y que abiertamente expuso en 1919: «¿Quién nos salvará de la civilización Occidental?», afirmado así (al igual que Gramsci) que el gran obstáculo a la creación del paraíso marxista era nuestra Cultura: la propia Civilización Occidental.

Lukács planteaba la necesidad de sumir a las personas en el pesimismo, y hacerlas creer que vivían en un “mundo olvidado por Dios”, buscando así crear las condiciones necesarias de desesperación social que permitirían la adhesión de las personas a la causa marxista. Al mismo tiempo, afirmaba que el Marxismo debía traducirse en un nuevo movimiento que tuviese las características de una religión, aunque, por supuesto, sin la figura de un Ser Supremo. De hecho, Lukács llegó a estudiar en profundidad la secta de Baal Shem, una secta cabalista judía, además de varias herejías medievales cristianas, con el propósito de encontrar lo que él llamaba “ideas mesiánicas” que pudiesen ser incorporadas al Marxismo.

Cabe señalar que tanto Gramsci como Lukács coincidían con los objetivos finales del marxismo clásico y su diseño de una sociedad nueva, modulada bajo los parámetros de la ingeniería social comunista; lo único en lo que diferían respecto a sus antecesores era en los medios para alcanzar esos fines.

En 1919, Lukács había llegado a las mismas conclusiones que Gramsci, pero a diferencia de él, pudo poner en práctica los nuevos postulados (aunque por breve tiempo) cuando asumió como Comisario de la Cultura bajo la dictadura bolchevique del comunista judío-húngaro Béla Kun. Durante aquel período, lanzó el programa que denominó “Terrorismo Cultural”. Como parte del mismo, Lukács presentó una serie de experimentos en materia de educación sexual en las escuelas húngaras, en que los niños eran instruidos en las bondades del amor libre y los intercambios sexuales, así como la naturaleza irracional y opresora de la familia tradicional, de la monogamia y de la religión (que privaban al ser humano del goce de placeres ilimitados). Todo esto, generó un gran rechazo en la población húngara, fuertemente arraigada a la religión católica y romana.

Laszlo Pasztor, líder de la resistencia anticomunista en Hungría, explica por qué los niños se convirtieron en el objetivo: “Intentaban socavar la unidad de la familia, y esa es una de las razones por las que intentaron introducir educación sexual. Siempre resulta más difícil conseguir que un adulto haga lo que se le enseñó a no hacer.

La única cosa que estábamos autorizados a aceptar era el concepto cultural que ellos estaban enseñando, así era. El libre pensamiento era un pecado mortal grave”.

Claramente, cuando pretende la destrucción de la Civilización Occidental, la desintegración del modelo familiar en que ella se funda resulta un objetivo previo indispensable.

Tras pocos meses desde su instalación, las fuerzas nacionalistas húngaras lograron aplastar al régimen bolchevique de Béla Kun, y con ello interrumpir el programa de educación sexual de Lukács.  Sin embargo, Lukács  logró escapar de las fuerzas contrarrevolucionarias, y en 1922 se dirige secretamente a Alemania. Fue allí donde gracias a él, tomó forma un nuevo intento por crear una crítica marxista hacia la Cultura Occidental.

4- El nacimiento de la Escuela de Frankfurt

Felix Weil

En Alemania, el joven y adinerado hijo de comerciantes judíos, Felix Weil (1898-1975), tuvo la intención de establecer un nuevo círculo de reflexión basado en el Instituto “Marx-Engels” de Moscú, que serviría como un centro para el desarrollo de ideas marxistas. Por aquel entonces, Felix Weil se hallaba perturbado por las divisiones teóricas existentes entre marxistas, por lo que procedió con su iniciativa convocando a Lukács  para llevar sus planes a cabo. Fue así como Lukács  llegó a presidir una reunión de sociólogos e intelectuales, todos marxistas de orientación comunista, que sentaría las bases para la fundación de un nuevo instituto.

Asociado a la Universidad de Frankfurt, el nuevo centro había sido originalmente creado bajo el nombre de “Instituto del Marxismo”, sin embargo, se consideró desfavorable ser identificados abiertamente como marxistas (decisión comprensible, atendiendo a que la palabra “Marxismo” estaba asociada a una ideología que perdía cada vez más credibilidad, por los graves errores en sus predicciones y viabilidad práctica). En lugar de eso, llamaron a su institución “Instituto para la Investigación Social”, el cual con el paso del tiempo sería conocido informalmente como “Escuela de Frankfurt” (sin perjuicio de que no exista ninguna institución real con dicho nombre).

La Escuela de Frankfurt abrió sus puertas formalmente el 27 de Junio de 1924, pero ya había tenido su primer seminario en la primavera de 1923. Allí, casi dos docenas de estudiantes marxistas se reunieron en lo que Weil llamaba “Semanas de Estudio Marxista”. Casi todos los participantes de estas actividades posteriormente se afiliarían a la Escuela de Frankfurt (uno de los participantes fue Richard Sorge, quien después sería un famoso espía soviético).

Sin perjuicio de existir el denominador común marxista en todos los miembros de la Escuela de Frankfurt, en la Unión Soviética no existía plena adhesión a las ideas por ellos desarrolladas; de hecho, la heterodoxia de sus integrantes llegó a incomodar a los dirigentes comunistas de la URSS.

Siguiendo la influencia de su fundador Lukács, la Escuela de Frankfurt fue el medio a través del cual se pretendió provocar una serie de cambios sociales masivos, y su trabajo desembocaría en la traducción del Marxismo de términos económicos a culturales.

El primer director de la Escuela de Frankfurt fue el marxista y economista Carl Grünberg. La principal intención de Grünberg era establecer formalmente la naturaleza marxista del Instituto, lo cual se advertía con facilidad en sus declaraciones, en las que expresaba su lealtad al Marxismo como metodología científica, y su intención de establecerlo como principio rector e inmutable para el instituto. Con Grünberg, la Escuela de Frankfurt trabajó principalmente sobre cuestiones económicas y del movimiento de los trabajadores, materias convencionales para el Marxismo. Pero en 1930, Grünberg fue reemplazado por un joven intelectual marxista judío-alemán de muy diferentes ideas: Max Horkheimer (1895-1973).

 5- La síntesis entre Marxismo y Psicoanálisis

Max Horkheimer

En los primeros años de su historia, el Instituto se ocupó principalmente de un análisis socio-económico de la sociedad burguesa, pero en los años posteriores a la década de 1930, sus principales intereses radicarán en relación a la superestructura cultural.

Horkheimer rápidamente comenzó a utilizar al Instituto para desarrollar un nuevo Marxismo (muy diferente al de la Unión Soviética), y siguiendo la misma línea teórica de Lukács, hizo de la Cultura (y no la Economía) el foco central del trabajo de la Escuela de Frankfurt, replanteando así las tesis marxista según la cual la superestructura es una mera consecuencia de la estructura económica. Este pensamiento “herético” fue consecuencia del gran interés de Horkheimer por el Psicoanálisis y la obra del neurólogo judío-austriaco Sigmund Freud, el cual fue la llave para crear la transición del Marxismo de términos económicos a culturales.

Reconociendo el éxito económico del Capitalismo, Horkheimer afirmó la improbabilidad de que la revolución marxista surgiera de la clase trabajadora, razón por la cual planteó la necesidad de encontrar a un grupo que lo sustituyese. Entonces, la nueva gran pregunta para los marxistas fue: ¿Existe algún grupo de la sociedad capaz de sustituir a la clase trabajadora?

Para comprender esta interrogante, debe tenerse presente que el conflicto es un elemento fundamental para la teoría marxista. Para conseguir el poder, el Marxismo necesita del conflicto y una sociedad compuesta de uno o más numerosos “grupos oprimidos”.

Si tras la Primera Guerra Mundial la clase trabajadora en Occidente se negó al Marxismo y a la revolución roja, fue porque las sociedades se consideraban a si mismas como prósperas y satisfechas, es decir, había ausencia de los conflictos y grupos oprimidos que la teoría marxista requería para llevarse a la práctica. Fue por esta razón que los teóricos de Frankfurt tuvieron que buscar sustitutos que se sintieran insatisfechos y “oprimidos”, los cuales no encontrarían hasta la década de 1960.

Desde el ingreso de Horkheimer, la ideología de la Escuela de Frankfurt se gestaría a partir de la unión de Marx (Marxismo) y Freud (Psicoanálisis). Así como el Marxismo económico clásico sostuvo que bajo el Capitalismo la clase trabajadora era oprimida, la Escuela de Frankfurt empleó a Freud para argumentar que bajo la Cultura Occidental, todos viven en un constante estado represión psicológica. De acuerdo a la Escuela de Frankfurt, la solución no era una revolución solamente política, sino que también social y cultural.

Para el trabajo del Instituto de Investigación Social en los asuntos culturales, Horkheimer atrajo a algunos nuevos integrantes. Entre ellos, se encontraba el sociólogo, filósofo y músico alemán de origen judío, Theodor Adorno (1903-1969), y el psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista  judío-alemán, Erich Fromm (1900-1980). Este último, fue un psicoanalista practicante, y conocido por su radical psicología social marxista, así como por sus incursiones en el concepto de “liberación sexual” y políticas de género.

En 1932, el filósofo y sociólogo judío-alemán, Herbert Marcuse (1898-1979) se hizo miembro del Instituto de Investigación Social. Automáticamente, Marcuse se convirtió en el más importante miembro del instituto, y sería reconocido, entre otras razones, por representar en Estados unidos las posturas más radicales de la Escuela de Frankfurt.

Tanto Fromm como Marcuse introdujeron un factor fundamental al pensamiento neo-marxista de la Escuela de Frankfurt: el elemento sexual. En sus escritos, Marcuse, exige la creación de una sociedad basada en la “perversidad polimorfa”, a la par que Fromm, afirmaba que la masculinidad y feminidad no serían reflejo de diferencias sexuales esenciales, sino que consecuencia del influjo de factores propios de la vida diaria que estarían socialmente determinados. El sexo, por tanto, sería una construcción social.

Estos planteamientos serán la base para las actuales ideas que inspiran al Movimiento Feminista. Éste, considera que el hombre y la mujer adultos son construcciones sociales; que en realidad el ser humano nace sexualmente neutral y que luego es socializado en hombre o mujer. Esta socialización, dicen, afecta a la mujer negativa e injustamente. Por ello, las feministas proponen depurar la educación y los medios de comunicación de todo estereotipo y de toda imagen específica de género, para que los niños puedan crecer sin que se les exponga a trabajos «sexo-específicos». Por eso hablan también de «roles socialmente construidos» cuando se refieren a las ocupaciones que una sociedad asigna a uno u otro sexo.

6- La Teoría Crítica

Theodor Adorno

El primer gran paso hacia la identificación de los sustitutos que reemplazarían a la clase trabajadora en su misión revolucionaria, se materializó mediante la elaboración (a lo largo de la década de 1930) por parte de Horkheimer, Adorno, Fromm, y Marcuse,  del principal cuerpo teórico de la Escuela de Frankfurt, y que fue conocido como “Teoría Crítica”.

Cuando uno se pregunta: “¿En qué consiste esta teoría?”, la respuesta, si bien evidente,  es una y simple: “La teoría consiste en criticar”. Sus autores buscaban derribar la sociedad Occidental tras debilitarla, y para conseguir esto, se propuso un criticismo destructivo hacia todos sus valores e instituciones fundamentales. La Teoría Crítica no proponía una nueva Cultura o Sociedad, sino que se limitaba únicamente a establecer el camino hacia la destrucción de las actualmente existentes en Occidente. Esto era así ya que, según sus teóricos, resultaba imposible proponer un nuevo modelo de cultura o sociedad viviendo bajo el condicionamiento mental impuesto por un orden económico capitalista (idea que representa bien la síntesis hecha a partir de los planteamientos de Marx y Freud).

La Escuela de Frankfurt significó una importante transformación para los marxistas respecto de su idea sobre el futuro, ya que con la Teoría Crítica, lo único importante pasó a ser la destrucción del Capitalismo, Democracia y la Cultura Occidental, todo lo cual es hoy fácil de identificar al analizar la dominante actitud nihilista presente en los estudiantes universitarios que han sido influidos por ella.

En realidad, la Teoría Crítica intenta politizar la lógica en sí misma. Horkheimer escribió: “la lógica no es independiente del contenido”. Eso significa que para él, un argumento será lógico en la medida que ayude a destruir la Cultura Occidental, y será ilógico, si no lo hace. Estas fueron algunas de las particulares ideas que se desarrollaron en la Escuela de Frankfurt, y que actualmente son inculcadas en la mayoría de las universidades de Estados Unidos.

¿Pero cómo fue que el trabajo de un pequeño grupo de intelectuales radicados en Alemania llegó a los Estados Unidos?

En 1933, cuando los nacionalsocialistas llegaron al poder en Alemania, los miembros Instituto de Investigación Social huyeron a Nueva York, y fueron acogidos por la Universidad de Columbia. Una vez allí, la Escuela de Frankfurt cambió el centro de atención de su trabajo, dejando de ser la destrucción de la sociedad y cultura propias de su anterior centro de operaciones (Alemania), y convirtiéndose en el ataque a la sociedad y cultura de su nuevo lugar de refugio: Estados Unidos.

Esta actitud – atacar a la sociedad y cultura de los países en que se vive –  se volvió típica del Izquierdismo Moderno (y en general, de todos los influidos por las ideas de la Escuela de Frankfurt), buscando socavar la integridad de la mayor parte de la sociedad.

Luego de aplicar la Teoría Crítica a la sociedad de Estados Unidos, los intelectuales de la Escuela de Frankfurt agregaron algunos nuevos elementos. Uno de ellos consistió en los llamados “Estudios sobre los Prejuicios”, el cual culminó en 1950 con el más influyente libro de Theodor Adorno: “La Personalidad Autoritaria”. En él, Adorno sostiene que el pueblo de Estados Unidos posee muchos rasgos fascistas, y que todo aquel que apoye la tradicional cultura estadounidense, es psicológicamente desequilibrado. No es accidental que actualmente los defensores de la Corrección Política estén siempre prestos a etiquetar a sus oponentes como “fascistas”, y a afirmar que estos necesitan tratamiento psicológico en la forma de entrenamiento sensitivo.

Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, varios de los más destacados miembros de la Escuela de Frankfurt trabajaron para el gobierno de Estados Unidos. Herbert Marcuse se desempeñó como figura clave en la Oficina de Servicios Estratégicos (institución predecesora de la CIA), mientras que algunos como Horkheimer y Adorno, se trasladaron a Hollywood.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Horkheimer y Adorno regresaron a Alemania para reestablecer las actividades del Instituto en dicho país, pero no todos los miembros de la Escuela de Frankfurt optaron por regresar: Marcuse permaneció en Estados Unidos desempeñándose como profesor en la Universidad de California, San Diego.

7- Objetivos y estrategia del nuevo Marxismo

La Escuela de Frankfurt empleó el “Psicoanálisis cultural”, y en sintonía con su deseo por destruir la Cultura Occidental, decidió exterminar todas aquellas características que eran típicas de la sociedad alemana antes de la Segunda Guerra Mundial. Las típicas y antiguas familias alemanas eran conservadoras y patriarcales, y entre sus características se encontraban:

  • El padre dominante generaba el dinero.
  • La madre se encargaba de las tareas del hogar.
  • La enseñanza a los niños se basaba en el respeto a la autoridad, tradiciones y normas.

Las sociedades creadas a partir de este tipo de familias tienen una fuerte inmunidad contra el Marxismo cultural, y esto la Escuela de Frankfurt lo sabía. Fue por eso que los neo-marxistas atacaron a la familia tradicional, que según ellos producía “racismo y fascismo”, y exigieron su reemplazo por un modelo radicalmente opuesto:

  • Eliminación de la dominancia del padre.
  • Eliminación de los tradicionales roles hombre/mujer.
  • Eliminación del liderazgo estricto sobre los niños
  • Rompimiento de las normas morales e introducción a la “sexualidad abierta”.

Si antes de la Segunda Guerra Mundial la sociedad alemana se basaba en el orgullo, unidad, normas, fuerza, pureza racial y vitalidad, los marxistas de la Escuela de Frankfurt promoverían exactamente lo opuesto:

  • En lugar de orgullo: sentimiento de culpa y sumisión de los Blancos ante otras razas.
  • En lugar de unidad: caos multicultural y decaimiento interno.
  • En lugar de fuerza: debilidad mediante la tolerancia extrema, humanismo y sometimiento ante minorías.
  • En lugar de pureza: mezcla racial e integración de inmigrantes.
  • En lugar de vitalidad: pesimismo cultural.

 8- Marcuse y los nuevos sustitutos.

Erich Fromm

Fue en las décadas de 1950 y 1960 que Marcuse completaría la traducción del Marxismo a términos culturales, y la insertaría en el pensamiento de la “Nueva Izquierda”. A su vez, lograba responder a la pregunta planteada por Horkheimer en la década de 1930 (¿Existe algún grupo de la sociedad capaz de sustituir a la clase trabajadora?). En efecto, al comienzo de la década de 1960, los neo-marxistas habían finalmente encontrado a sus sustitutos para la clase trabajadora, de los cuales esperaban obtener el apoyo masivo necesario para llevar a cabo revolución cultural marxista; revolución que, como ya se ha indicado, no sería violenta, sino que tendría lugar mediante infiltración gradual, decaimiento interno, y una silenciosa toma del poder.

Por la década de 1950 o incluso antes, el Marxismo, comprendido en su concepción clásica, se encontraba arruinado. A la gente no le interesaba, pues entendió que ya no había funcionado, y que no existía una clase trabajadora capaz de hacer la revolución pretendida por el Marxismo. La gente se sentía conforme con el Capitalismo, básicamente porque generaba más dinero para más gente, y lo hacía mejor que cualquier otro sistema en la Historia.

Debido a que en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial el nivel de vida de los trabajadores estadounidenses estaba mejorando, los miembros de la Escuela de Frankfurt prescindieron de considerarlos como potenciales agentes de revolución, y se dispusieron a encontrar nuevas fuentes de energía revolucionaria; así fue como se centraron en cuatro grupos principales: mujeres (feministas), jóvenes (marxistas), minorías raciales, y homosexuales. Esto significaba que, a diferencia de lo postulado por el Marxismo clásico, la clase trabajadora ya no desempeñaría un rol hegemónico en el proceso revolucionario.

Todos estos grupos eran usualmente considerados diferentes, extraños o apartados.  A todos ellos se les ofrecería un programa de cambio social, multiculturalismo, antifascismo, antirracismo, anti-discriminación, anti-bias, derecho para minorías, además de apoyo masivo e influencia.

De esta forma, la Escuela de Frankfurt cumplió un rol de identificación y generación de nuevos “grupos víctima”, para posteriormente conseguir de facto, su organización a través de una coalición que abogara por sus ideas.

 9- Los nuevos sustitutos entran en acción.

Herbert Marcuse

Uno de los principales acontecimientos históricos en que se puso en práctica las ideas desarrolladas por la Escuela de Frankfurt, fue la Rebelión Estudiantil ocurrida en Estados Unidos en la década de 1960, impulsada en gran medida como resistencia a la Guerra de Vietnam. La necesidad de una teoría que respaldase el actuar del movimiento estudiantil más allá del descontento antibelicista, y el desinterés general hacia los textos “duros” propios del Marxismo clásico (como “El Capital”), llevó a los jóvenes a estudiar las recientemente elaboradas ideas de la Escuela de Frankfurt, de la mano del integrante que había optado por permanecer en Estados Unidos tras el término de la Segunda Guerra Mundial: Herbert Marcuse.

La obra de Marcuse, “Eros y Civilización, se volvió la Biblia de los “Estudiantes para una Sociedad Democrática” (SDS por sus siglas en inglés, organización estudiantil estadounidense de Izquierda) y los ejecutores de las rebeliones estudiantiles de los 60s.

En “Eros y Civilización” (reviviendo las viejas ideas defendidas por Erich Fromm sobre “liberación sexual”), Marcuse emplea a Freud procurando superar la utópica y radical lectura del Psicoanálisis. En dicha obra, Marcuse sostiene que la represión es la esencia del orden capitalista, el cual obliga a las personas a vivir con sus instintos sexuales reprimidos, generando que ellas sean presa constante de lo que Freud llama: obsesiones. Ante esto, Marcuse condena todas las restricciones a la conducta sexual, propone la destrucción del opresivo orden establecido, y liberar al Eros, la libido, para alcanzar una sociedad de “perversidad polimorfa” en la que cada uno “pueda hacer lo que quiera”. La perversidad polimorfa consiste en la capacidad del ser humano para obtener satisfacción sexual fuera de los parámetros sociales que la regulan. Esta idea abrió la puerta hacia lo que hoy conocemos como “liberación homosexual” (concepto que incluso se encuentra comprendido en el nombre de la organización chilena MOVILH).

La difusión de la obra de Marcuse en Estados Unidos durante aquellos años de agitación social juvenil, fue tremendamente oportuna para la puesta en práctica de sus postulados; su Marxismo Cultural ya no iba dirigido al proletariado, sino que a los hijos de la alta burguesía y clases medias estadounidenses; una vez que la Nueva Izquierda estableció contacto con la obra de Marcuse, aquella encontró al resto de la Escuela de Frankfurt. Se había redescubierto una fuente de Marxismo no-tradicional que sirvió de inspiración a los futuros movimientos y partidos de aquella década.

Básicamente se trataba de un autor que decía a los jóvenes todo aquello que querían escuchar (“haz lo que quieras”, “si se siente bien, hazlo”, “no necesitas trabajar”, etc.), y cuyas ideas no exigían para su comprensión de un estudio previo sobre las complejas teorías del Marxismo clásico. En este contexto de oposición juvenil ante la Guerra de Vietnam, Marcuse acuña la famosa frase: “Haz el amor, no la guerra”, que no es más que una expresión que en términos simpáticos y populares, aboga por una renuncia a la constante lucha que significa la vida, en nombre del placer sexual individual.

Así fue como la idea de liberación sexual se volvió popular entre hippies y al interior del movimiento de estudiantes izquierdistas.

10- Corrección Política: brazo ejecutor del Marxismo cultural.

Marcuse es también fuente de una de las más notables características surgidas a partir de la Escuela de Frankfurt: la “Corrección Política”. En su ensayo “Tolerancia Represiva”, Marcuse acuña un concepto que será clave para la configuración de la actual Corrección Política: tolerancia liberadora. A continuación citamos fragmentos del referido ensayo, destacando con letra negrita las expresiones más relevantes:

(…)La conclusión obtenida es que la realización del objetivo de la tolerancia exige intolerancia hacia orientaciones políticas, actitudes y opiniones dominantes y en cambio, la extensión de la tolerancia a orientaciones políticas, actitudes y opiniones puestas fuera de la ley o eliminadas (…).

(…) Pero esta tolerancia no puede ser indiscriminada e idéntica con respecto a los contenidos de expresión, ni de palabra ni de hecho; no puede proteger falsas palabras y acciones erróneas que de manera evidente contradicen y frustran las posibilidades de liberación. Tal tolerancia indiscriminada está justificada en discusiones inofensivas, en la conversación, en controversias académicas; resulta indispensable en la investigación científica y en la religión íntima. Pero la sociedad no puede permitirse la no discriminación cuando están en juego la misma existencia pacífica, la libertad y la felicidad: aquí ciertas cosas no pueden decirse, ciertas ideas no pueden expresarse, ciertas orientaciones políticas no pueden sugerirse, cierta conducta no puede permitirse sin hacer de la tolerancia un instrumento para el mantenimiento de la sumisión abyecta (…).

(…) Entonces la tolerancia liberadora significaría intolerancia hacia los movimientos de la derecha, y tolerancia de movimientos de la izquierda. En cuanto al objetivo de esta tolerancia e intolerancia combinadas: «…se extendería a la fase de acción lo mismo que de discusión y propaganda, de acción como de palabra» (…).

(…) En pasadas y diversas circunstancias los discursos de los dirigentes nazis y fascistas fueron el prólogo inmediato a las matanzas. Ha llegado a ser demasiado corta la distancia entre la propaganda y la acción, entre la organización y su movilización del pueblo. Pero la difusión de la palabra podía haber sido contenida antes de que fuese demasiado tarde: si la tolerancia democrática hubiese sido suspendida cuando los futuros dirigentes iniciaron su campaña, la humanidad hubiera tenido la posibilidad de evitar Auschwitz y una guerra mundial (…).

Marcuse expone en su ensayo la necesidad de crear tolerancia hacia la Izquierda e intolerancia hacia la Derecha. Sin embargo, no debe perderse de vista que dicha Derecha estadounidense, si bien defensora del más salvaje Capitalismo, sostenía en aquel entonces un conjunto de valores que eran realmente alternativos a los propuestos por la Nueva Izquierda (a los que Theodor Adorno se refirió en “La Personalidad Autoritaria”). Esto cambia radicalmente en el escenario actual (especialmente en el chileno), que consta de unas Izquierda y Derecha que en nada se distinguen, tanto en propuestas como valores subyacentes. De allí que al interpretar el ensayo de Marcuse, sea conveniente contextualizarlo en el tiempo y espacio actuales, comprendiendo que su llamado a la intolerancia hacia la Derecha, es en realidad dirigido contra todo movimiento o partido que se oponga a las teorías y pretensiones de cambio social surgidas en la Escuela de Frankfurt.

Es así como mediante la Corrección Política se legitima la censura y persecución hacia aquellas ideas que se consideran negativas por parte de sus teóricos y seguidores. La intolerancia se presenta como algo necesario para la consecución de ciertos objetivos a nivel social, y claramente, ella debe dirigirse contra todos aquellos que puedan entorpecer su alcance.

Actualmente en las Universidades de Occidente, se puede ver cómo la Escuela de Frankfurt consiguió penetrar de manera efectiva a través de dos medios: la infiltración ideológica, mediante la difusión de sus teorías al interior de las más diversas áreas del saber; y por otra parte, la Corrección Política, que sirviendo de brazo ejecutor, legitima la censura y persecución contra aquellos que disientan o se opongan a las ideas cuya aceptación se pretende. Nada se debe criticar si es Políticamente Correcto; todo se debe criticar si es Políticamente Incorrecto.

El principal medio de que se vale la Corrección Política es la manipulación del lenguaje, deconstruyéndolo, y demonizando conceptos que no sean funcionales a los objetivos del Marxismo cultural. El resultado de esto es la generación de sociedades carentes de verdadera capacidad crítica, temerosas de llamar las cosas por su nombre, y en que se vive con la constante preocupación de no ser estigmatizados por contradecir los parámetros de la Corrección Política.

En la práctica, se crean Estados influidos totalmente por una ideología oficial que se oculta tras un velo de Democracia y Derechos Humanos, los que si bien reconocen atributos a las personas, nunca son suficientes para transformar o apartarse de aquel nuevo pensamiento único. Y es lógico: el Sistema nunca concederá generosamente la clave para conseguir su propia destrucción, por lo tanto, los derechos y garantías que ofrece serán inútiles para dicho efecto.

12- Marxismo clásico y Marxismo cultural: distinto formato, misma esencia

Sin perjuicio de las evidentes transformaciones que el Marxismo clásico sufrió a través del trabajo de la Escuela de Frankfurt, y que desembocó en la creación del Marxismo cultural, es conveniente indicar que las similitudes entre ambas versiones de la ideología aún siguen siendo importantes. A continuación se indicarán cinco de ellas:

  1. Tanto el Marxismo clásico como el cultural son ideologías totalitarias. El carácter totalitario del Marxismo cultural se aprecia con mayor facilidad en cuanto a la Corrección Política. En las universidades se le aprecia en su más pleno ejercicio, al existir entre los estudiantes un verdadero temor generalizado a las represalias que pudieren seguir a las críticas relativas a Ideología de género, Feminismo, Multiculturalismo, Sionismo, Revisionismo Histórico, etc. Sanciones que van desde la marginación social hasta la interposición de acciones judiciales, pasando por castigos de carácter académico, son la manera de coaccionar el libre pensamiento universitario, dando además, una vista previa sobre lo que el Marxismo cultural aspira a conseguir a nivel de Estado.
  2. Tanto el Marxismo clásico como el cultural ofrecen una explicación de la Historia. Mientras el Marxismo clásico sostenía que toda la Historia era determinada por la propiedad de los medios de producción, el Marxismo cultural afirma que ella es consecuencia del ejercicio del Poder; así, a lo largo de la Historia, determinados grupos definidos en términos de raza, cultura, sexo, etc., ejercerían hegemonía por sobre otros que eran distintos.
  3. Tanto en el Marxismo clásico como en el cultural algunos grupos son buenos o malos a priori. En el Marxismo clásico los grupos buenos eran los trabajadores y campesinos, mientras que los malos eran los burgueses y propietarios del capital. En el Marxismo cultural, el grupo de los buenos está constituido por mujeres feministas, minorías raciales/culturales, homosexuales, y jóvenes de Izquierda, siendo siempre considerados como “víctimas” sin importar lo que ellos hagan; por su parte, el grupo malvado está conformado esencialmente por todos aquellos que no apoyen a los “buenos” (tolerancia liberadora), aunque sin lugar a dudas el icono más representativo de la maldad según el Marxismo cultural, se encuentra en el varón blanco heterosexual.
  4. Tanto en el Marxismo clásico como en el cultural existe un persistente deseo de expropiación. Así como en Rusia los comunistas expropiaron de sus bienes a la burguesía, similarmente los Marxistas culturales se apropian de las Universidades mediante acción afirmativa, cuotas para admisión, u otros mecanismos similares.
  5. Tanto el Marxismo clásico como el cultural se sirven de métodos de análisis que automáticamente les brindan las respuestas que ellos quieren. En el Marxismo clásico es la economía marxista, mientras que en el Marxismo cultural es la Deconstrucción (mecanismo por el cual se identifica el todo de un texto, institución o lo que fuere, se remueven sus partes y significado original, se reordenan y se les otorga el sentido deseado).

 13- Reflexiones finales.

Asistimos a la nueva fase de un antiquísimo conflicto, una en que los movimientos estratégicos se han desplazado del plano bélico al cultural, y que por tanto, resultan de mucha más difícil identificación y comprensión para el común de las personas.

En Chile, el proyecto de sociedad propio del Marxismo clásico, o el de su versión soviética (Comunismo), son tan inviables como en los tiempos en que Gramsci elaboró su novedoso ideario. Por el contrario, el modelo político/económico propio del Capitalismo (intensamente expandido por Estados Unidos durante la llamada “Guerra Fría”), ha sido el hegemónico hasta nuestros días, y todo indica que permanecerá entre nosotros por bastantes años más.

El fruto de la Guerra Fría fue la síntesis entre el modelo político/económico de los gobiernos occidentales (democracia neoliberal), y los principios  y objetivos elaborados por los teóricos de la Escuela de Frankfurt (Marxismo cultural). Ambos bloques que disputaron la hegemonía mundial durante décadas, habían conseguido una victoria y derrota parciales, y el producto de aquello es lo que actualmente rige a nuestras sociedades en Occidente.

Gramsci y Lukács desplazaron el eje del conflicto del plano económico al cultural, pero además, reconocieron que la mayor o menor facilidad del Marxismo para la conquista del Poder vendrá dada por las condiciones culturales existentes en una sociedad. En ese sentido, la conquista del Poder será mera consecuencia de una transformación en la cultura, y deja de ser la prioridad que fue para los Marxistas clásicos (siempre ávidos de levantamientos armados).

La real oposición a un Sistema que funda su hegemonía en la manipulación cultural, deberá necesariamente valerse de medios que neutralicen a aquellos de que se sirve para su sustento y expansión. Dicho en otras palabras, toda oposición organizada al Sistema que pretenda éxito en su cometido, deberá forzosamente concentrar sus esfuerzos en el frente cultural, y por tanto, expresar sus herramientas en conceptos, propuestas y estrategias en términos igualmente culturales.

Los principios y objetivos del Sistema no tuvieron su origen en una violenta revuelta armada, o en la conquista del poder hecha por un partido mediante votos, sino que en una progresiva y minuciosa infiltración cultural iniciada en la Escuela de Frankfurt, con la intención de desmontar aquellos valores e instituciones que impedían la fácil dominación de Occidente. Sin lugar a dudas, la transformación social querida por el Marxismo ha tomado muchas más décadas que las originalmente contempladas en los tiempos en que se proponía la vía armada para la conquista del Poder, pero nadie puede negar que el arraigo de sus ideas en las personas ha conseguido una efectividad altísima, al punto de que ellas ignoren absolutamente el fenómeno del que son presa, los nombres de sus autores, y lleguen incluso a afirmar, con una penosa seguridad, que están realmente “pensando por si mismas”.

En Chile, la oposición de nuestros movimientos al Sistema, específicamente a las ideas del Marxismo cultural, ha sido de nula efectividad. Esto se debe a que se ha buscado transformar el Sistema sirviéndose de una estrategia equivocada, inspirada en el éxito de movimientos y partidos del pasado, ideológicamente afines los nuestros. Esta estrategia consiste en la Lucha por el Poder.

En la Lucha por el Poder, los esfuerzos se dirigen a la creación de partidos de militancia masiva, que sirvan de vehículo para acelerar el acceso de sus miembros a cargos públicos. En Chile la creación de partidos se encuentra bastante dificultada en razón de los requisitos exigidos por la Ley de Partidos Políticos, que obliga a reunir una gran cantidad de firmas, dinero y militantes en un restringido lapso de tiempo. Como la necesidad de formar el partido es apremiante en la Lucha por el Poder, se procede a ofrecer ideas y propuestas que hablen el mismo lenguaje que el común de las personas, que no contradigan sus convicciones, que entreguen un mensaje atractivo para los potenciales colaboradores, y que en definitiva, sean efectivas para captar el apoyo necesario para fundar la nueva organización. En criterios de mercado, lo que se hace es ofrecer un producto que consiga, de manera fácil, una alta y segura demanda.

Es aquí en donde la estrategia de la Lucha por el Poder fracasa completamente.

Ya que las personas de nuestra sociedad se encuentran influidas desde su infancia por los valores del Sistema (originados por el Marxismo cultural), un mensaje fácilmente atractivo que motive afiliación a un partido deberá estar en sintonía con las ideas presentes en ella, o sea, deberá ser funcional y no crítico de dicho Sistema. Si el mensaje realmente quisiera ser crítico y ofrecer oposición a los valores imperantes en el Sistema (y las personas), dejaría de ser fácilmente atractivo y perdería velocidad, lo cual no es útil cuando lo que se pretende es crear un partido que llegue lo antes posible al Poder.

Es de este modo que nuestros movimientos han terminado por reproducir en su interior los mismos valores y discurso inherente al Sistema, se adaptan a él, y por tanto, pierden todo su potencial como alternativa y fuerza revolucionaria. Quienes conciban a la conquista del Poder como principal condición para transformar al Sistema, terminarán creando partidos que dependerán de una sociedad enferma, que no se reconoce como tal, y que se opondrá a su cura.

Sin embargo, existe otra estrategia para nuestros movimientos y que hasta el día de hoy no ha sido debidamente utilizada: la Lucha Cultural. Esta estrategia consiste básicamente en dirigir los esfuerzos de transformación al mismo plano en que Gramsci identificó el camino para la conquista del Poder: el plano cultural. Y así como Gramsci sostuvo que la clave para la victoria del Marxismo se encontraba en la destrucción de los valores, instituciones y cultura de Occidente, debemos comprender, de una vez por todas, que la vía para el éxito de nuestros movimientos se encuentra en la erradicación de la cosmovisión materialista (con todos sus valores, principios e instituciones), de la que hoy somos presa como sociedad y civilización.

Se vuelve elemental, por tanto, ser capaces de generar cambios en conceptos, lenguaje, instituciones, sentimientos, nociones históricas, paradigmas sociales, etc., empleando todos los medios a nuestro alcance, y magnificando su impacto a través de la ocupación de puestos estratégicos que no se encuentren condicionados por el voto de la gente; y es que volverse dependientes del voto de la actual sociedad implica actuar siempre intentando no perderlo, y por tanto, renunciar a parte importante de la libertad de acción y estrategia que exige un correcto desempeño en la Lucha Cultural. En el actual contexto, la dependencia al voto es una esclavitud autoimpuesta que frustra a los movimientos, y que frena los esfuerzos efectivos hacia la caída del Sistema.

El combate constante y sin contemplaciones contra todos y cada uno de los valores e instituciones que componen al Marxismo cultural (y al Materialismo), es la vía lenta pero segura hacia una transformación real de la actual sociedad chilena. Sin esta elemental transformación, y desgastándonos por llevar pronto a nuevos rostros al Poder, solamente conseguiremos engañarnos a nosotros mismos, pues el cambio jamás será verdadero (sino que meramente aparente), y la dictadura cultural de los teóricos de Frankfurt se perpetuará indefinidamente.  

La vía para el éxito de un partido político que siga nuestras ideas deberá ser preparada con un arduo trabajo previo, para el cual solamente serán aptos quienes comprendan que la Cultura puede ser igualmente arma y escudo, esclavizante y liberadora; nunca un juguete, lujo o accesorio. Cuando las condiciones favorables a nuestra causa hayan sido creadas, relativizando los dogmas, valores e instituciones impuestos por la nueva religión de la Corrección Política y el Marxismo cultural, y familiarizando a las personas con nuestros nuevos conceptos y discurso, el ascenso de un partido que represente a nuestras fuerzas será su consecuencia inmediata.

Serán quienes sepan priorizar la trascendencia por sobre la inmediatez, quienes estén en condiciones de emprender este trabajo, que tomará décadas o incluso vidas completas, pero que marcará el derrotero hacia la consolidación de mejores sociedades, comunidades, naciones, y quien sabe, tal vez incluso, nuevos Imperios.